ERNESTO NIEVES
Es lógico que la casta parasitaria que ocupa el poder político, en cuanto sus estructuras y bases se ven amenazadas apele al consenso. El consenso es el mito original del poder hegemónico, así que las clases dominantes tienen que acudir a él para reforzar de “nuevo” su círculo de poder.
Las llamadas constantes al consenso recuerdan los orígenes del sistema actual. Orígenes que permanente son aplaudidos, y por supuesto son envueltos en maravillas que nunca fueron tales, así como el triunfo de obstáculos y miedos que nunca existieron más que en aquellos que los infundaron de la nada. Así con ello, se apela al repliegue de aquellos que forman la partidocracia, con Juan Carlos a la cabeza, para instrumentalizar el consenso como herramienta de acción política para solventar los problemas del presente, y seguir construyendo un futuro que tenga como base los mismos principios que lo fundamentaron. En este sentido, los enemigos de la sociedad civil consiguen reforzar los mecanismos de poder para ponerlos al servicio del objetivo de la casta que integran todos ellos, que no es otro que el de perpetuarse en el sistema que ellos mismos han creado y nos fue entregado.
Dichos mecanismos están dirigidos a debilitar a la clase subordinada (sociedad civil), para que renuncie a sus incipientes pretensiones. Pretensiones que han nacido en este clima de crisis que ha permitido poner blanco sobre negro en todas las mentiras de la partidocracia y en la corrupción generalizada como factor de gobierno.
El resultado de la reiterada trampa, no busca otra cosa más que el resultado de seguir perpetuando lo que Gramsci llamaba pos-hegemonía (todo hijo de vecino apela al consenso) y volver a cerrar ese círculo que deja fuera (una vez más) a aquellos que disienten sobre las verdades y argumentos oficiales. Además en nuestro caso, el mito de consenso como mito fundador, cobra especial relevancia. Cuando todo parece estar en entredicho porque han perdido toda credibilidad, deben de retornar al origen, que para colmo del caso, fue creador directo de ese papel mojado llamado Constitución por lo que se refuerza el sistema legal que ampara su partidocracia, dejando fuera de la ley a todos los que discrepan, y sometiendo a los crédulos para que vuelvan a depositar su confianza en las instituciones.
En definitiva prorrogar el totalitarismo bajo el disfraz de “paz política y social” en el que todos los miembros de la casta vuelven a quedar liberados de sus tropelías y corruptelas a través de la renovación del pacto en el que todos dejan a un lado sus diferencias, cediendo en sus pretensiones, y sin que nadie culpe a nadie, en pro de SU bien común.
Que dicho sea de paso, consiste en seguir con el reparto del pastel, en el que Juan Carlos “parte y reparte, y se lleva la mejor parte.”