PACO BONO SANZ.
“Los nacionalistas desoyen al Tribunal Constitucional y aprueban la comisión secesionista”, rezaba el titular de un periódico digital. ¿Desde cuándo tienen valor judicial las sentencias de un tribunal político? ¿Cuántas veces ha caído en la contradicción? El Tribunal Constitucional no garantiza otra cosa que la continuidad de este régimen, cuyo fin es sin duda la descomposición de España. Dice Don Antonio García-Trevijano, con muy buen criterio, que jamás una ley puede asegurar la unión de territorios que se quieran separar. ¿Cómo iba a asegurarlo una ley de leyes redactada justamente para su desmembración?
¿Cuántas veces tendremos que repetir que la mayor enemiga de la Nación Española es la Constitución de 1978? Se trata de un texto redactado por los partidos secuestradores de lo político, que lo consensuaron con los enemigos de España, los secesionistas, y que fue posteriormente sancionado por un Rey doblemente traidor. Lo que diga o deje de decir Soraya, o Mariano, o el más alto magistrado de la judicatura española carece de valor porque no implica ninguna consecuencia en la acción. Son los partidos políticos subvencionados los que controlan el Estado; su poder es absoluto. Y ese poder absoluto está también en manos de los partidos nacionalistas que gobiernan Cataluña.
La Constitución de 1978 transforma a los españoles en súbditos, sujetos pasivos en lo político. Los sucesivos gobiernos de este cancerígeno régimen se han ocupado de llevar al español a la escala más baja del hombre, la de la servidumbre. El siervo resulta tan dócil que jamás se hace las tres preguntas clave: por qué, cómo y cuándo. ¿Por qué España está al borde de la ruptura? Porque está rota en lo político. ¿Cómo se ha producido? Mediante la Constitución de 1978. ¿Cuándo empezó esta debacle? En la Transición, cuando tanto el Rey como los partidos traicionaron sus ideales y sus principios, y vendieron al pueblo español a cambio de un oligopolio en el Estado.
No hay fuerza política exterior ni interior que pueda detener la secesión de Cataluña. Sólo el pueblo español, en nombre de su Nación, sería capaz de bloquear definitivamente esta tragedia si se organizara en grupos capaces de recabar apoyos nacionales e internacionales, de instituciones y de personas jurídicas y físicas con carácter e iniciativa, con valores, valientes, ilusionados, comprometidos, que aspiren a un único fin: la libertad política. Porque he aquí la última pregunta y la más importante: ¿para qué España si no para la libertad? La liberad es el antídoto contra la secesión.