Gabriel Albiac

GABRIEL ALBIAC.

Ya no hay gobierno de niños. Zapatero ya no está. El jovial mal que hizo le sobrevive. Y ahí vive el desaliento

«LE sucedió lo que suele a quienes juzgan sobre males combinados. Se imaginan que en la unión de dos o tres desdichas está su infortunio, y que no serían tan dignos de lástima si hubieran de vérselas con uno solo de esos males. Y experimentan lo contrario, cuando la providencia los hace pasar a una sola de esas desgracias. Y acaban por sentirla mucho más ruda de lo que creían que iba a serlo». Ahí nace el desaliento. Pierre Bayle está describiendo la tragedia de un herético judeo-español en la Holanda del siglo XVII. Pero eso que dibuja es la lógica implacable del mal. Que destruye a una comunidad con la indiferencia con la que aplasta a un individuo. Ni más ni menos. Y las palabra de Bayle sirven para nosotros.

A lo largo de siete años, fuimos gobernados por adolescentes. Sin formación académica: la lectura de los currículos de los ministros de Zapatero -y del suyo propio- dejaría en nosotros un olímpico ataque de risa, si no fuera por la ruina que nos acarrearon. Y era el propio disparate de esos años lo que abría grieta a la esperanza: un gobierno de gentes adultas marcaría tal diferencia que muy malo sería que las cosas no se arreglasen. Muy malo ha sido. El destrozo de aquellas dos legislaturas es de una profundidad que no supimos mirar de frente. Sin entrar en el factor más de fondo, la destrucción de nación y Estado, la voladura económica fue perfecta: aquella política de expansión del gasto público, en medio de la mayor crisis desde 1929, era suicida; no sólo gastó hasta el último ahorro de los prósperos años previos, disparó además una deuda loca.

Toca ahora gestionar la ruina. Nadie censurará al gobierno «normal» que vino luego, por tomar dolorosas medidas de austeridad. Nadie perdonará tampoco que le mientan. Para prometer riqueza en cuatro meses valía gente como Pajín o Blanco. En boca de sujetos no pueriles, generará ira. El ciudadano sabe que esto es la debacle. No necesita que le engañen con mañanas luminosos. Necesita -y exige- contabilidad clara. Aunque duela. Y medidas acordes. Y que con la primera dosis del dolor carguen quienes le representan: los políticos.

Dos días antes de que el gobierno reconociera la emergencia nacional en que vivimos, el comisario Rehn lo enunciaba con el frío gusto nórdico por la matemática: «o reducción del gasto público o aumento de impuestos»; lo segundo sin lo primero lleva al desastre. Y es lo que no puede ser eludido: restricción del Estado hipertrófico o ruina.

España tiene un Senado -carísimo- que no sirve para nada: ¡fuera! España tiene 17 parlamentos autónomos -carísimos- que no sirven para nada: ¡fuera! España tiene una cifra desproporcionada de políticos con sueldo público, una muchedumbre de «cargos de confianza» que reduplican las tareas propias del funcionariado: ¡fuera! No se puede vivir como rico, cuando se es pobre.

Ya no hay gobierno de niños. Pero el destrozo perdura. Es lo que tienen los «males combinados»: Zapatero ya no está. El jovial mal que hizo le sobrevive. Y ahí vive el desaliento.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí