Javier_Torrox

JAVIER TORROX.

El pasado domingo fue 14 de abril y se cumplió el primer aniversario del hecho que en los implacables anales de la Historia dará a Juan Carlos el sobrenombre por el que será conocido, el rey de los elefantes. Y está muy bien este paquidérmico mote. Veamos por qué. Juan Carlos es el sucesor de Franco a título de rey; es el monarca que, mediante la reforma (ergo continuismo) del franquismo, ha propiciado este Estado de Partidos. Es el Jefe del Estado, así que por más que esté constitucionalmente facultado para el crimen, ello no lo exonera de la responsabilidad del ejercicio de su cargo. Todo poder conlleva una responsabilidad. El privilegio constitucional que faculta a Juan Carlos para delinquir, no lo libera -ni pudiera aunque lo quisiera- de la responsabilidad moral de sus actos. Podrán quedar impunes y será su lexífuga persona inmune a la Ley, pero nunca ante la justa severidad del porvenir.
También ya un año del lamentable episodio de ver a este rey designado por un dictador lloriqueando en televisión, hablando con palabras de Zipi y Zape, temeroso de don Pantuflo ante la delirante trapisonda de irse a Botswana a matar elefantes con una rubia alemana de nombre dylanita. Don Pantuflo son los partidos estatales (si están a sueldo del estado, son ustedes estatales), el arma del totalitarismo europeo de la primera mitad del vigésimo para liquidar la libertad, aniquilarla, para erradicar la libertad no sólo de la realidad que nos circunda, sino para desterrarla también de los corazones de los hombres, que -engañados- creen haberla conquistado ya.

De verdades hace mentiras y de mentiras hace verdades, nos advierte el de Hita sobre el dinero y la corrupción. Y este régimen insoportable también hace corderos de ciudadanos. Así que está muy bien el apodo de rey de los elefantes. Después de todo, Juan Carlos es el monarca de un régimen que trata a los ciudadanos como si fueran bestias.

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