RAFAEL MARTÍN RIVERA.
Lo de España S.A. –S-pain, según rezaba una edición de The Economist– por alguna extraña razón siempre empieza siendo más sangrante, más dramático, más desgarrador que para el resto de nuestros vecinos, en ese pathos hispánico que tanto nos caracteriza de llanto, rechinar de dientes y rasgadura de vestiduras. Mas tras la llantina de las plañideras, vuelve de nuevo el jaleo y los faralaes, y aquí paz y después gloria: todo olvidado. «Eadem sed aliter: las mismas cosas, sólo que de otra manera» –decía impertérrito Ortega en su España invertebrada–, más gráfico empero era Baroja: «En España se dice, cuando en las corridas hay muertos y heridos, que hay hule».
Será por eso que en nuestro devenir inmediato, después de haber rebasado todas las previsiones de déficit y de deuda pública por «vigilantes de nubes» –abriendo zanjas, construyendo pistas de paddle y aeropuertos en lugares de lo más recóndito–, y de haber quebrado el sistema financiero –esquilmando cajas de ahorros, gracias a «políticosconsejeros» y «sindibanqueros»–, manejamos unas constantes «histórico-democráticas» persistentes, con un paro endémico de tres millones de personas que, a las primeras de cambio, se convierten en seis millones –a razón de una o dos veces por década–; una economía sumergida del 23% del PIB; un esfuerzo fiscal –incluidas cotizaciones a la Seguridad Social– que nos sitúa en el «Top five» europeo, o acaso del mundo, pese a ser de los que menos recaudan; una Balanza por Cuenta Corriente deficitaria sí o sí; unos niveles de competitividad que el benévolo WEF nos coloca en un moderado puesto 36/144, pero que en términos de tipos de cambio efectivos reales (considerando índices de precios a la exportación-IVU, costes laborales, IPC y bienes industriales) siguen siendo catastróficos pese a la crisis, y que si no fuera por el Euro nos habrían obligado a efectuar cuatro o cinco «devaluaciones competitivas» tipo Solchaga; un sistema energético que nos cuesta a todos la hijuela, importando lo que no está escrito (aunque sea de origen nuclear), y subvencionando molinos y placas solares «limpios», al tiempo que se mantienen unas cuencas mineras con el carbón, posiblemente, de peor calidad del mundo y de mayor coste extractivo; además de unas Administraciones Públicas que representan casi la mitad de nuestro PIB; y una estructura territorial que respondería a lo que el Financial Times sarcásticamente ha denominado «la desconcertante estructura administrativa española».
Es de sorprender que ante semejante panorama que no incluye el nivel de corrupción alcanzado en la «historia democrática» reciente, con saqueo generalizado de la Hacienda Pública y la Seguridad Social, alguien tenga la osadía de pensar que «este país» saldrá de la pertinaz recesión gracias al intervencionismo estatal y a las genialidades de nuestros «Gobiernos de España» vía «políticas de crecimiento». Por si acaso, y antes de nada, por si hubiera alguna duda, Montorito –tal y como se le conocía en sus tiempos de empleado de banca– pretendió sorprendernos con las novedosas «políticas de austeridad», que por una extraña razón sólo contemplan el aumento de la partida ingresos y una sofocante «socialización de las pérdidas», advirtiendo a navegantes que, para que haya crecimiento, hay que subir impuestos directos e indirectos, tasas, y crear otros «nuevos y nuevas». ¿Será que con el bolsillo lleno el «Gobierno de España» piensa mejor cómo «crecer»? Pues debe ser, pero en «microeconomía de andar por casa» esto sería similar a mantener varios coches de lujo, dos apartamentos en la playa y una casa de 250 metros cuadrados, atracando a mano armada a vecinos, amigos y familiares.
Mas como la imaginación de estos pillastres de la economía no tiene límites y su capacidad creativa e inventiva no tiene parangón, para reforzar estas medidas de crecimiento expoliadoras –que los más audaces llaman «deflacionarias»–, apuntalan la cuadratura del círculo con unas valientes «reformas estructurales», creadas ad hoc y de profunda reflexión, consistentes en una ley de emprendedores, una exigua reforma laboral, una reformita financiera, un banco malo, la Marca España –con recuperación incluida del eslogan «Spain is different, venga a Torremolinos»–, la supresión de la paga extraordinaria de Navidad a funcionarios y mediopensionistas, y Santas Pascuas –nunca mejor dicho–. Todo arreglado. De un plumazo hemos solucionado el problema del paro, de la deuda de familias y empresas, de las cajas de ahorros, de la falta de eficiencia y gasto descomunal de las Administraciones Públicas, del déficit por cuenta corriente y de nuestra competitividad frente al exterior. Ya sólo nos queda «crecer», ahí es nada.