MARTÍN MIGUEL RUBIO.
Los tres días que Jesús estuvo “perdido” en la ciudad santa de Jerusalén, atendiendo a las cosas de su Padre Celestial, que tanto dolor angustioso concitó en los corazones humanísimos de María y José, anticipan quizás los tres días de muerte que tuvo tras la horrenda crucifixión. El parón de las fiestas navideñas, al final de un año tan desapacible, también debe cumplir la función de retiro para seguidamente enfrentarse a los duros desafíos del 2013 y debe tener la misma utilidad mental y espiritual que la desaparición del Niño Jesús al percatarse de su verdadera Naturaleza, al sufrir un proceso de autoanagnórisis que precisaba para su metabolización de una huida breve de lo cotidiano. Sí, como Dios preadolescente descubriéndose a sí mismo, España se ha replegado sobre sí misma, antes de emprender una nueva acción definitiva y transcendental que le asegure una vida fuerte, más fuerte y segura que antes. Necesita una vez más mirarse al espejo para creer en ella misma sabiendo quién es y de ella misma sacar la esperanza y el optimismo histórico. Dar tres pasos hacia atrás para hacer carrerilla y saltar sobre las trampas del presente y las testas de unos cuantos bastardos delincuentes que quieren convertir su nordeste en la Isla de la Tortuga y de aquellos que han hecho del hambre de muchos españoles su agosto en el 2012. España tiene en el 2013 una arriesgada pero llena de promesas travesía sobre el mar de la Historia. La crisis nos ha quitado todos los paños calientes que nos impedían nombrar con claridad los peligros de muerte que asoman cerca de la amura de nuestro cuerpo nacional. Los eufemismos cursis del discurso políticamente correcto se han desvanecido ante la envergadura realísima de nuestros problemas acuciantes. La dictadura de lo políticamente correcto revienta ante un estómago vacío, so pena que permitamos se convierta en una dictadura más feroz que las de corte fascista o comunista. La cruda realidad descubre como inane lo que ya presentíamos que era inane.
Los creyentes también deberíamos dirigir nuestras plegarias de salvación nacional a la Virgen María. Al fin y al cabo vivimos en la Tierra de María Santísima y Ella siempre nos ha ayudado cuando se lo hemos pedido como humildes y sinceros devotos suyos. “Ayúdanos, Reina de los Cielos, a hacer fructificar tu esperanza cuando ya no esperamos nada de nuestros rapaces o estólidos líderes, sociales y políticos, en esta tierra tan querida por Ti. Virgen Madre que haces posible lo imposible: transmitir la vida luminosa de Jesús, enmarcada por un buey y una mula, otras realidades imposibles que a través de Dios pueden hacer posible la vida nueva del Dante. Trae Tú otra vez la riqueza luminosa y bien repartida a este pueblo gobernado por bueyes y mulas, y que de su esterilidad pueda nacer de nuevo el inicio de una vida feliz.”
Toda partidocracia es enemiga de la curiosidad intelectual ( ¡el gran acierto de Ignacio Wert en la que quiere ser nueva Ley de Educación!) en cuanto que es proyección de ideologías cerradas, de credos dogmáticos y de filosofías basálticas atemporales. Y por ello toda partidocracia es estéril y no puede resolver los problemas del momento por definición. Un político español no puede tener, por propia coherencia interna, curiosidad intelectual, so pena que ponga en peligro el sistema de partidos. En la Democracia Clásica y verdadera los partidos son meras proyecciones de los políticos individuales y de su propio honor ( Pericles, Cleón, Nicias, Hipérbolo, Demóstenes, Mario, Sila, César…), y jamás los políticos pueden ser proyecciones de ningún credo atemporal e incircunstanciado. Pero en España los partidos son como religiones, y como tales no tienen la mentalidad secular que les permita solucionar “nada”, ni la propia supervivencia del país cuando es atacada por el independentismo criminal. Aquí el presidente puede estrechar la mano con calor de los enemigos de España porque su partido no es la proyección de su honor personal, sino que él mismo es un servidor acrítico de las verdades eternas de su partido.
Pero los primeros partidos políticos que nacieron en la Democracia moderna, el Federalista y el Republicano de los EEUU, por ejemplo, fueron puras proyecciones y tramoyas de individuos señeros particularísimos. Los federalistas proyectaban las inteligencias y personalidades de Hamilton, Knox y Adams, tres fariseos con sentido de culpa y mala conciencia, en tanto que los republicanos las personalidades atormentadas y rencorosas de Jefferson, Madison y Monroe.
Esta crisis económica pertenece al orden de lo flagrante, como los sucesos biológicos o los accidentes físicos o químicos que aunque respondan a leyes generales demostradas por la experiencia, no pueden ser explicados o paliados por la fe de las cofradías políticas o manifestaciones generales de apoyo a credos partidistas. Son siempre las personas singulares, hijas de una época, las que resuelven con su inteligencia e integridad moral los problemas singulares de su tiempo. A España la sacarán del fango nombres propios, no siglas vanas.