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LORENZO ALONSO.

El estreno de la película El Hobbit: Un viaje inesperado”, la primera parte de la adaptación de la imperecedera y popular obra maestra El Hobbit, de J.R.R. Tolkien; el recuerdo del libro Ecotopía de Ernest Callenbach (1975) sobre la construcción de un Estado ecologista en la costa oeste de Estados Unidos, formado por del norte de California y los Estados de Oregón y Washington; y la promesa de Artur Mas, en su discurso de investidura a Presidente de Generalitat de Cataluña, de tener a punto todas las estructuras de un Estado catalán para 2014, nos sirve para ver que la construcción de Utopías no cesa[1] y para realizar algunas reflexiones sobre ese segundo nivel de nuestro Sector Público conocido como Estado Autonómico.

Nuestra clase política nos ha vendido durante más de treinta años este invento político como solución a la diversidad cultural de las distintas regiones de España y como el mejor método de integración social, de desarrollo económico y de asignación de los recursos públicos. Los aparatos burocráticos engendrados por estos Entes, bautizados con el nombre de Comunidades Autónomas, ayudarían a todos sus habitantes a conseguir todos los bienes y servicios públicos de forma gratuita, de lo contrario la culpan sería de todos aquellos que les negasen los medios para realizar tal empresa.

Los promotores de estos Entes buscaron en las piedras, en las plantas, en los animales y en los genes; en el lenguaje, en las costumbres y en múltiples sucesos históricos deshilvanados, el derecho a la diferencia para que esos grupos humanos se cargasen de prejuicios y de sentimientos viscerales de pertenencia a ese lugar. A través de sus terminales mediáticos no cesaron de repetirnos argumentos basados en esos conceptos para justificar un nexo de unión entre una Nación cultural y un Estado. No tuvieron escrúpulos en seguir inventando más leyendas que prometían El valle encantado[2] y relatos de persecución, sometimiento y expoliación por parte del Estado Central.

A esos dirigentes regionales no les bastaban estas leyendas, deseaban cosas tangibles: dinero, poder, alfombras oficiales y soberanía (participar de la tarta tributaria estatal y tener potestad de otorgar autorizaciones, concesiones y demás privilegios). No les importó colaborar con el Estado y aparentar corresponsabilidad en la imposición de cargas tributarias a sus ciudadanos, porque lo que perseguían era el reparto de ese botín tributario entre sus feligreses para que vieran que La Comarca [3] no era una utopía sino una realidad. Como la ambición no tiene límites volvieron a relatarnos más leyendas, esta vez sobre los territorios de frontera[4] para quedarse con la tarta completa: recaudar todos los tributos estatales y ceder al Estado una parte para financiar las pocas competencias que le quedasen (el concierto vasco, el convenio navarro y el pacto fiscal que buscan los catalane [5]).

En el mundo global que nos ha tocado vivir, ya no cuelan estos guiones de película explicados como hechos históricos y causas originales, porque hemos comprobado que todos estos bocazas no han conseguido esa idílica eficacia (somos los más aptos para conseguir los objetivos del grupo social), ni la pragmática eficiencia de la Administración más cercana al ciudadano (sabemos utilizar los medios más adecuados), ni los beneficios de la competencia con otros territorios.

Tampoco cuela la palabrería que ensalza los beneficios de ese ungüento de serpiente etiquetado como descentralización política, en cuyo prospecto nos dan indicaciones sobre la “devolución” de competencias del Estado del Reino Unido a Escocia o a Gales, sobre el autogobierno de los Länders alemanes (limado en los últimos tiempos) o sobre el reconocimiento de Quebec como una nación dentro de Canadá. Han sido escusas para tensar la cuerda con el Estado y así poder vaciarlo de competencias o absorber las que realizan las Provincias o los Municipios.

Desde hace mucho tiempo sabemos que ese nivel de organización territorial es inútil, porque la mejor forma de gestión de los servicios públicos es la gestión escalar: las competencias más sencillas y fáciles de ejercer, sin grandes dificultades técnicas, las realiza el órgano más cercano (municipio o comunidad local); aquellas otras más complejas, que trasciende los límites territoriales de la comunidad local o su realización conlleva economías de escala, las ejercen órganos de mayor alcance (el Distrito o el Condado); y si su puesta en práctica desbordan estos límites, es el Estado el que se hace cargo de ellas.

 


[1] Ha habido muchas Utopías (u-topos: no lugar) a lo largo de la historia. Entre ellas: La República de Platón, La ciudad de Dios de San Agustín, Utopía de Tomás Moro, La ciudad del Sol de Tomasso Campanella, Oceana de James Harrington, La nueva Atlántida de Francis Bacon, múltiples escritos de Charles Fourier, Saint Simon y Robert Owen; etc.

[2] Del título “En busca del valle encantado” dirigida por Don Bluth, con Steven Spielberg como productor ejecutivo. El título original es más expresivo para la tarea que nos ocupa: The land before time.

[3] La Comarca o The Shire: una localización ficticia que forma parte del legendarium creado por J.R.R. Tolkien y que aparece en sus obras de El Hobbit y El Señor de los Anillos. En las Islas Británicas The Shire es un término originario para referirse al Condado. En algunos casos forma parte del nombre del Condado, Yorkshire o Condado de York.

[4] El País Vasco formaba la frontera norte de España, una frontera difícilmente defendible frente a los ataques franceses. Podría haberse establecido allí un ejército regular, compuesto de una serie de guarniciones a lo largo de la frontera, pero esto resultaba carísimo y, además, existían complicaciones múltiples para el abastecimiento de esas guarniciones, por tratarse de una zona poblada. En consecuencia, la monarquía castellana adoptó una solución ingeniosa y barata, que consistía en otorgar tierras y privilegios fiscales a cambio de que los campesinos defendieran por las armas su propio territorio (Ramón Nieto: Los Vascos). Al igual que hizo el imperio austro-húngaro con los serbios y croatas.

[5] Las tres Diputaciones Forales del País Vaco y Navarra disfrutan de este sistema privilegiado desde hace muchos años. Cataluña aspira a algo semejante.

 

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