Tal es la frase, “Rusia es culpable”, que Serrano Suñer, cuñado de Francisco Franco, y a la sazón ministro de Asuntos Exteriores, pronunciaba en los días en que se reclutaba en España la División Azul para ser enviada al frente ruso. “Vais a defender los destinos de una civilización que no puede morir, y a contribuir a la fundación de la unidad de Europa”, añadía arengando a las tropas (lo cual es prueba, por otra parte, de que la obsesión cateta y ruinosa por integrarse en cierta idea Europa no es sólo cosa de nuestra partidocracia, sino también de sus padres).
Hace unos días escuché en el telediario de una de las cadenas privadas del duopolio que el Ministerio de Defensa incidía en la existencia de injerencias rusas en la crisis independentista catalana. Intrigado, busqué en la prensa, y encontré la noticia de que el Ministerio “se desvinculaba” de las afirmaciones realizadas en un informe de un experto de un “think tank” suyo (qué trabajo les costará traducirlo como (“grupo de estudios, de reflexión, de pensamiento”, etc.). En dicho informe se afirma literalmente: “En cambio, los intereses de Rusia no llegan tan lejos [como los de China] o no al menos de forma directa. Cuestión distinta es que el Kremlin esté aprovechando el órdago catalán para desestabilizar, empleando para ello una política destinada a generar confusión desde las redes sociales, en una línea similar a la utilizada para influir en las recientes elecciones de los Estados Unidos. Moscú no tiene interés específico en España […] Pero aspira a fomentar las desavenencias en Cataluña para de ese modo debilitar a un país miembro de la OTAN” (cf. Josep Baqués, Análisis de tendencias geopolíticas a escala global, ieee.es, Documento de investigación 18/2017, pp. 38-39.).
Dentro de un documento que utiliza una amplia bibliografía y despliega un nutrido cuerpo de notas a pie de página, tales afirmaciones no gozan del beneficio de la cita de ninguna fuente directa, sobre todo, en relación con el caso norteamericano. Tal vez le habría resultado incómodo al autor citar las palabras del jefe del consejo de redacción de la CNN (cadena muy beligerante con el actual presidente) ante la propuesta de sus redactores de seguir dando publicidad a la presunta actividad de los hackers rusos en la campaña electoral norteamericana, en la idea de facilitar el impeachement del presidente Trump. Aquél consideró aquellas presuntas informaciones como bullshit (“caca de la vaca”), y cerró el asunto, como informaba recientemente César Vidal, quien señalaba, asimismo, que no ha sido Russia Today el medio que ha sido portavoz de los despropósitos de Puigdemont, sino el británico The Guardian y el belga Le Soir, cercanos al pseudofilántropo George Soros.
Tales afirmaciones gratuitas, luego amplificadas a bombo y platillo por los medios de comunicación del régimen, podrían corresponder aparentemente a la necesidad de correr en defensa del jefe (en este caso, jefa), dado el escándalo provocado hace poco por la broma que gastaron unos humoristas rusos a la ministra en noviembre pasado después de que ésta declarara en el Consejo de Ministros de Exteriores y Defensa de la Unión Europea que, en el caso catalán:”[Las injerencias] vienen de territorio ruso y algunas otras también, por cierto, repicadas de territorio venezolano. Eso es lo que sabemos a día de hoy”.
Uno de los cómicos se hizo pasar por un ministro letón, quien decía a nuestra ebúrnea ministra cosas como que Puigdemont es un agente ruso y que la mitad de los turistas rusos que van a Barcelona son espías. La ministra se lo tragaba todo, repitiendo que sabía que las injerencias provenían de territorio ruso, aunque no podía asegurar la intervención del Gobierno (quizás todavía nadie le había explicado a la ministra que los servidores sitos en Rusia pueden ser usados por gentes de otros países). Hay un corte, y se percibe claramente que la ministra devuelve la llamada, asegurando que ya ha hablado con el presidente de Gobierno español y solicitando al falsario un encuentro entre éste y el primer ministro letón en la próxima cumbre de Gotemburgo.
Tal espantoso ridículo, que se intenta ahora mitigar de cualquier manera, habría forzado la dimisión de la ministra en cualquier país decente y que no fuera una partidocracia corrupta como el nuestro. Tal obsesión por afianzar la “pista rusa”, que lleva al actual gobierno a tragar el más ridículo de los anzuelos, corresponde al deseo de diluir su responsabilidad en la crisis independentista catalana, en la que lejos de actuar de una manera mínimamente patriótica y responsable, poniendo el asunto años ha en manos de la justicia, sólo ha hecho lo que sabe hacer: ofrecer más consenso a los golpistas, es decir, más ofertas de reparto del botín que se extrae a los súbditos del régimen.