El pasado fin de semana se celebraba una nueva edición de La Copa del Rey, en cuya final se enfrentaron el F.C. Barcelona y el Deportivo Alavés. Como viene siendo habitual cada vez que concurren en el duelo por el título equipos vascos y/o catalanes (e.g. F.C.Barcelona vs. Athletic de Bilbao, 2009, 2015), el himno de España fue recibido con una sonora pitada por parte de la afición.
En primer lugar, y frente a quienes se apresuran a señalar que no se debe mezclar fútbol y política, cabe explicitar lo siguiente: como actividad pública, el deporte no puede existir ni de hecho existe, al margen de la política, por lo que quienes reclaman la separación de facto (o incluso regulada) de ambas esferas evidencian, en el peor de los casos, una idiocia de tipo aristotélico (esto es, la que obedece al desinterés por los asuntos públicos) y, en el mejor, un intento más o menos explícito de censurar un determinado tipo de expresión política sencillamente por el hecho de que la misma es ideológicamente opuesta a los presupuestos de quienes reclaman su silenciación.
Segundo, acaso la más mediática de las preguntas planteadas por la pitada en cuestión sea la normativa: ¿es legítimo recibir el himno nacional con un abucheo? La mera formulación de esta cuestión es menos inocente que sintomática de la forma de gobierno actual en España. En efecto, el interrogante debería hacernos sospechar que, como de hecho ocurre, la forma de gobierno actual en España no es una democracia (en la que por definición, la libertad de expresión es un derecho inalienable), sino más bien una oligarquía, forma de gobierno en la que tanto la libertad de expresión como la libertad de reunión son derechos otorgados (no conquistados) y como tales, supeditados a la no disrupción de los poderes fácticos. Esto explica la innegable popularidad de la cuestión en las tertulias de los medios masivos de información de este país. En efecto, si bien históricamente el aplauso y el abucheo constituyen desde por lo menos el inicio del juego de pelota mesoamericano (allá por el 1400 a.C.) inalienables prerrogativas del público asistente, no han faltado quienes, espoleados por una semiótica televisiva de Régimen en virtud de la cual durante la reproducción del himno nacional la realización del evento enfocaba en el centro de la imagen la figura del rey Felipe VI (subsumiendo así la nación simbolizada en el himno bajo la figura del [jefe de] Estado) han querido hacer depender (de manera netamente falaz) la legitimidad del abucheo generalizado de cuál fuese el destinatario del mismo (es decir, no sería lo mismo abuchear al Rey que abuchear a España, o al franquismo, o a lo que quiera que cada cual interprete que el himno nacional denota, siempre desde los límites marcados por su respectivo [des]conocimiento histórico y político), o incluso de una cuestión de modales y/o educación (como en el caso de Ciudadanos, partido político cuyo nombre, desmentido en su significado por la existencia de la propia Monarquía [a la que no corresponden ciudadanos, sino súbditos] se ve asimismo negado en la práctica por un intento de censurar el derecho inalienable del ciudadano en nombre de su supuesto civismo).
Tercero, la reflexión anterior nos conduce a la pregunta por las causas y motivaciones de la pitada en cuestión. Cabría afirmar, desde los postulados de un cinismo behaviorista, que lo único que nos permiten inferir los datos empíricos disponibles es que el himno fue recibido entre abucheos (y no tanto lo que pasaba por la cabeza de cada uno de los emisores del mismo en el momento de la pitada). A ello podríamos añadir que el abucheo es una insoslayable muestra de desaprobación política y que la existencia del himno en cuestión fue sancionada de iure por Carlos III en 1770, permaneciendo vigente hasta la fecha en su (co)oficialidad con excepción del periodo conocido como la Segunda República (1931-1939). Pero allende estas constataciones pareciera asimismo razonable arriesgar varias hipótesis, no sin antes esclarecer un hecho importante: la afición emitió su abucheo durante la reproducción del himno y con ocasión del mismo (pero no necesariamente al himno). Así, y aunque la lista de candidatos sea potencialmente interminable, es posible interpretar que se pitaba (siempre legítimamente) a una de las siguientes instancias, o a una combinación de las mismas:
(a) El Rey, heredero de un homólogo nombrado a dedo por Franco para asegurar, en nombre de la democracia, la continuación de la dictadura por medios oligárquicos.
(b) (La forma de) El Estado, siendo el Estado la personalidad jurídica de la nación y el centro de atribución de sus derechos y obligaciones, mientras que las formas posibles del Estado serían la Monarquía y la República, respectivamente (en cuyo caso la pitada iría dirigida a la Monarquía)
(c) La forma de Gobierno. Dado que son tres las posibles formas de gobierno (a saber, dictadura, oligarquía y democracia), se podría estar abucheando a la dictadura franquista (asumiendo que la afición hubiera identificado el himno español con aquella, cabe suponer que por ignorancia de la historia política del himno), a la oligarquía (al interpretarse correctamente que esta es precisamente la actual forma de gobierno en España, y no la putativa democracia de la que la clase dirigente se sirve de argucia legitimante, pues no existe separación de poderes en origen ni mandato representativo, condiciones necesarias de toda forma de gobierno democrática) o a una democracia que, empero y por los motivos citados anteriormente, no existe allende de su insidiosa performance dramatúrgica por parte de los poderes fácticos (este abucheo procedería, en consecuencia, de la ignorancia política). En cualquiera de los tres casos, si la forma de gobierno fuese el motivo de la pitada, en lugar de censurar el abucheo acaso fuera más útil para España y sus habitantes que la clase política dirigente aceptase la apertura de un proceso de libertad constituyente que desembocará en la redacción de una Constitución en la cual se consagran los criterios jurídicos que sancionan la existencia de una democracia.
(d) La Nación, hecho histórico y estrictamente hablando, la única entidad representada por y en el himno. La principal motivación del abucheo reside en tal caso en las tensiones discursivas que enfrentan a los nacionalismos vascos y catalán, respectivamente, con la nación española (y ni que decir tiene, con el nacionalismo español).
En definitiva, stricto sensu el abucheo generalizado durante la reproducción del himno expresa la desaprobación política del hecho histórico de la nación española. Empero, desde el punto de vista de la pragmática semiótica, de la pitada de la pasada final de la Copa del Rey no se sigue necesariamente el abucheo al himno o a cualquiera de las instancias expuestas en (a)-(d), ni mucho menos una putativa unanimidad respecto al sentido y/o destinatario último del ejercicio democrático de este derecho inalienable.