Traducción de Miguel Trujillo
“Estoy aliviado. Mi hija acaba de regresar de su viaje a Madrid. Estaba visitando a Rajoy y desfiló delante de las cámaras. Yo no quería que mi inocente niña fuera desplegada como uno de los inocentes escudos humanos en la actual tensión militar entre el país que me vio nacer y el país de mi vida. Pero vivir dentro de un campo de internamiento español para ciudadanos británicos no me da mucha libertad de expresión que digamos.”
Sí, probablemente sea una gran idea para mi próxima novela futurista de enfoque distópico, pero los absurdos acontecimientos de los primeros cinco días del periodo de dos años de negociaciones del Brexit, nos está demostrando que casi todo puede llegar a pasar.
La política solía ser algo con lo que yo disfrutaba, como dice el refrán: “La política es el negocio del espectáculo para la gente fea”, pero ahora que las duras negociaciones comienzan, ha dejado de ser un melodrama abstracto. Como un británico que se ha casado, establecido y sido padre en España, mi vida entera y el futuro de mi familia, están ahora en las sudorosas manos de la egocéntrica clase política de Westminster, Madrid y Bruselas. ¿Qué podría ir mal? ¿Gibraltar?
Casi todo el mundo se está haciendo un lío horroroso con esto. Las declaraciones emanadas del Reino Unido este fin de semana fueron de lo más embarazosas. Esbozar comparaciones entre las islas Malvinas y Gibraltar fue un craso error y la antítesis de la diplomacia. La era de la diplomacia de barcos torpederos hace tiempo que quedó consignada a los anales de la Historia y, francamente allí también habría que mandar a Lord Michael Howard. Para su mérito, Teresa May, la premier británica echó unas risas a cuento de la posibilidad de que el Reino Unido pudiera ir a la guerra contra España a propósito de Gibraltar pero la grosera falta de tacto y consideración no le llena a uno de confianza.
La escena política británica está rasgada por una completa división y la sociedad civil quebrada entre los partidarios de la permanencia y de la salida que están demasiado ocupados tirándose los trastos a la cabeza unos a otros como para preocuparse de sortear las turbulentas aguas de esta perfecta tormenta política.
Los partidarios de quedarse en la Unión Europea tildan de idiota a todo aquel británico que ose defender lo contrario y apoyan la hostilidad de la Unión Europea como una justificación de sus pretensiones. Los partidarios de la salida se sienten traicionados por un gobierno muy poco preparado para llevar a buen puerto el resultado de un referéndum que ellos consideran que nunca perdieron. Los deseos y temores de aquellos partidarios del Brexit son rápidamente ahogados por esta demagogia a la desesperada y propulsada por un lenguaje y modos de lo mas vulgar. Todo esto me llena de vergüenza como ciudadano británico pero no somos los únicos depositarios de ese sentimiento.
Los gibraltareños a menudo hacen ostentación de su anglicanidad, de hecho, frecuentemente se definen como más británicos que los propios británicos, aferrados patrióticamente a su soberanía, cultura, historia y alianza con el Reino Unido. Algunos están haciendo un llamado a que Gibraltar sea declarado formalmente parte del territorio del Reino Unido, con sus propios diputados que les representen en Westminster. Otros se sienten más autónomos y ven la devolución en el horizonte lejano. La verdad del asunto es que si de verdad se sienten británicos, deberían empezar por pagar todos sus impuestos en línea con la madre patria. Incluso los mas patrióticos de los ciudadanos británicos empezarían a preguntarse porqué el Reino Unido debería arriesgar tanto por los derechos de un puñado evasores de impuestos al sol. Los gibraltareños son muy desafiantes al afirmar su anglicanidad, bien pues parece que este sentimiento podría bien afectarles un poco a sus bolsillos. Están literalmente anclados entre el acantilado y el profundo mar azul y se entiende porqué votaron quedarse en la Unión Europea de una manera tan abrumadora pero las circunstancias han cambiado y ellos deben cambiar con ellas. Ese cambio no afectará a su soberanía, incluso los más ardientes nacionalistas españoles deben reconocerlo pero los gibraltareños deben demostrarles al resto de los británicos que merece la pena asumir el riesgo por ellos.
El gobierno español ha jugado su carta oculta. Discretamente, esa búsqueda de apoyo entre los miembros de la Unión Europea a su incansable obsesión por Gibraltar, debe haber dejado al pueblo español pensando lo que se podría obtener de su clase política si ésta aplicara la misma diligencia a asuntos de mucha mayor trascendencia para sus vidas. La roca, Gibraltar ha sido usada como asunto de distracción por Madrid desde tiempos inmemoriales como forma de desviar la atención de sus fracasos políticos, estimulando el orgullo nacional español. Ninguno de estas maniobras distractoras cambia el hecho de que el territorio fue regalado a Reino Unido como parte de un tratado internacional. Ninguno de estos juegos de maniobras cambia el hecho de que España siempre haya demorado llevar este caso al Tribunal Internacional de Arbitraje ya que no hay caso que hacer valer. Otro argumento proferido por los políticos españoles es el daño que en sus propias puertas le produce económicamente el tener un paraíso fiscal. Alguien podría puntualizar la cantidad de dinero público español que es “desviado” ilegalmente a Andorra. Es de resaltar el hecho de que este asunto haya despertado el interés y la curiosidad entre los británicos que ahora se formulan la incomoda comparación de si la población de Ceuta y Melilla desearían o no una soberanía compartida con Marruecos.
Dejando a un lado la extravagante propuesta que Jean Claude Juncker hizo de romper los Estados Unidos de América, que podría haberse entendido como otro ejercicio comparativo pero que resultó ser una arrogante divagación, Bruselas está mostrando sus verdaderas cartas en este surrealista culebrón sin fin. España fue antaño el temido perro agresivo del Papa Católico y parece ahora que el gobierno español está tentado de enarbolar la bandera de guerra y convertirse en la voz que estampe el veto en cualquier acuerdo para el Brexit entre el Reino Unido y sus “amos” de Bruselas. Mientras los comentaristas se tiran de los pelos ante cualquier resurgimiento de tensiones nacionalistas que pudieran surgir si la Unión Europea no es segura, es de resaltar que este ha sido el primer órdago de la Unión Europea en el que no se ha reparado lo suficiente. Gibraltar es un hueso duro de roer y España y el Reino Unido han establecido lazos mutuos de relación entre los ciudadanos de uno y otro país a ambos lados de la frontera. Beneficia a ambos países alcanzar una solución bilateral que Bruselas no puede permitir no, como alega, en defensa de los ciudadanos de la Unión Europea, sino para defender su propio control sobre el desequilibrado barco de la propia Unión Europea. Bruselas debe castigar el Brexit para tener a la Unión Europea bajo control y agravar viejas heridas entre España y el Reino Unido cumple bien esa función.
Los españoles, una vez más debería atender a los peligros. Mientras hoy, Bruselas parece estar de lado de las pretensiones españolas, las esta usando en realidad como el redoble del tambor contra las posiciones británicas. Esto se podría volver contra España tan pronto como los propios intereses de la UE excedan las necesidades de España. Nadie sale de este desagradable combate indemne y oliendo a rosas, la primera escaramuza de las largas negociaciones para el Brexit garantiza solo una cosa, que los perdedores serán la gente de España, Reino Unido y, por encima de todos, los gibraltareños, mientras la clase política juega rápido y pierde a costa de la vida de la gente.