En una reciente entrevista (Tavis Smiley, PBS, 1/3/2017), el clarividente pensador ex-yugoslavo Slavoj Zizek enfatizó correctamente que a pesar de todo el estruendo generado, atacar a Trump es, en última instancia, un mero ejercicio de cura sintomática: en el mejor de los casos (e.g. la impugnación de su legislatura o su derrota en los comicios de 2020) derrocar a Trump servirá para neutralizar el efecto dejando intacta la causa a la cual responde dicho síntoma (i.e., el malestar causado por la globalización entre la clase trabajadora blanca rural y local) y el problema de fondo, sin discutir (i.e., el hecho de que la izquierda liberal está perdiendo su credibilidad como herramienta de mejora social, al hacer cada vez más concesiones superficiales a causas políticamente correctas, y todo ello para evitar afrontar las cuestiones que resultan más acuciantes para la gente ordinaria: el desempleo, la relación del mismo con la subcontratación, cuán grande debe ser el Estado de Bienestar y como cabe regular la inmigración):
“En mi opinión, si el Partido Demócrata permanece tal y como está ahora, este establishment liberal, por así decirlo, aun derrotando a Trump, dará lugar a otro Trump (…) En esto consiste la predominante farsa actual. Ya sabes, todos esos peces gordos de Silicon Valley y demás, son muy progresistas acerca de la comunidad LGBT y todo eso, pero que no me toquen el capitalismo, etc. Pues bien, esto es precisamente lo que tenemos que hacer. Esta es la clave de nuestra supervivencia (…) un impulso extra hacia las políticas de izquierda relativas a (…) los derechos de los trabajadores. De no ser así, si no movilizamos también a la clase trabajadora, etc., en ese caso poco importa que nos liberemos de Trump. Vendrá otro Trump”.
Ello nos remite a su vez a Europa, un continente que está actualmente “lleno de Trumps”. Et pour cause: tras el Brexit y la victoria de Trump, la izquierda liberal, en su mayoría, se ha decantado por el camino más fácil: redoblar su apuesta original, antes que aprovechar los antedichos eventos para reconsiderar las premisas básicas de su discurso. Ni que decir tiene, empero, que cuando nos negamos a hacer política, otros la hacen en nuestro lugar, y habremos de ser responsables de las consecuencias derivadas de nuestra inacción. Es así como, al negarse a desempeñar su rol económico en calidad de actor político global, el izquierdismo liberal está sirviendo en bandeja de plata el desproporcionado éxito electoral de los partidos de derechas: “Fíjate en Europa, en este enfoque políticamente correcto propio de la izquierda liberal. Hablemos de ello. Votemos acerca de la inmigración, pero vamos a darle la vuelta y a transformarlo en un asunto de humanitarismo. (…) A hablar de cómo ayudarles, en vez de discutir las causas de su situación. (…) ¿Y entonces con qué te encuentras? Con la catástrofe que es Europa hoy en día”.
Como cabría esperar, el resultado ha sido el auge por doquier de los únicos políticos que han traído a primera plana un discurso que conecta con las preocupaciones diarias de la gente: desde Farage en el Reino Unido (UKIP) hasta Le Pen en Francia (Front National), pasando por Wilders en Holanda (Partij voor de Vrijheid). Por supuesto, su respectiva instrumentalización de la desconfianza social hacia el Otro religioso y racial en calidad de chivo expiatorio (una estrategia encapsulada en las declaraciones de Wilders según las cuales “no todos los musulmanes son terroristas, pero la mayoría de terroristas son musulmanes”) es falazmente simplista, pero esto es lo que sucede cuando renuncias a dar la cara y a proponer políticas económicas valiosas que puedan resonar con el electorado al cual dices estar sirviendo. Finalmente, y para empeorar aún más las cosas, la mayor parte del electorado de la izquierda liberal sigue sin saber por dónde le da el viento, enfangado como está en echarse a la calle para desnormalizar a Trump al mismo tiempo que alardea de su supuesta superioridad moral mediante el recurso facilón al tipo de inclusión sin fronteras propio de los eslóganes pop del multiculturalismo, la política de la identidad y la defensa de los derechos humanos, tendencias en innegable decadencia desde aproximadamente finales de los años ‘70.
En definitiva, los eventos políticos más recientes han dejado claro que la globalización rampante y el proteccionismo xenófobo no son sino dos caras de la misma moneda: el comercio justo y la libertad política. Así, no se trata tanto de perseguir o defender las anteriores posiciones como fines en sí mismos cuanto de entenderlas respectivamente como momentos dialécticos que precisan de una superación hacia dichos objetivos (i.e., el comercio justo y libertad política). Esta nueva etapa del capitalismo, empero, tan solo llegará si ambos lados de la conversación están dispuestos a buscar puntos en común y si, en última instancia, son capaces de hacerlo. En cualquier otro caso y por el momento, como ha concluido crudamente Žižek, “solo espero más de lo mismo”.
On Muslim Immigration, Liberal Leftism and (European)Trumpism
In a recent interview (Tavis Smiley, PBS, March 1st, 2017), the insightful ex-Yugoslavian thinker Slavoj Žižek rightly stressed that for all the fuss about it, attacking Trump is at the end of the day, a mere exercise of symptomatic healing: in the best case scenario (e.g. an impeachment or his defeat in 2020) overthrowing Trump would serve to neutralize the effect while all the same leaving both the cause untouched (i.e., the malaise of globalization amongst the local, rural white working class) and the bigger picture undiscussed (i.e., the fact that the liberal left is ultimately losing its credibility as a tool for social improvement by making more and more superficial concessions to politically correct causes, just not to address the economic questions that most pressingly matter to ordinary people: unemployment, its link to outsourcing practices, how much welfare state should be in place and how best to regulate immigration):
“My idea is that if Democratic Party remains what it is, this liberal establishment, let’s call it, even if we win over this Trump, there will be another Trump. (…) This is the predominant farce today. You know, all the big names from Silicon Valley and so on, they are all very progressive about LGBT and so on, but you don’t touch capitalism and so on. We have to do this. That’s the key to our survival (…) a little bit of a push toward the left in the sense of (…) workers’ rights. If we don’t do this, if we don’t mobilize also ordinary working people and so on, then it doesn’t matter if we get rid of this Trump. Another Trump will come”.
This in turn, takes us to Europe, a continent that is currently “full of Trumps”. Et pour cause: in the wake of Brexit and Trump’s victory, the liberal left has, for the most part, taken the easy way out: doubling down on its original bid, rather than taking advantage of the above events to reconsider the basic premises of its overall discourse. And of course, when you don’t t do politics, others will do it in your stead, and you shall be responsible for the consequences of your inaction. This is how, by refusing to play its economic role as a global political actor, the liberal left is effectively paving the way for the disproportionate electoral success of right-wing parties: “Look at Europe, this politically correct approach of liberal left. Just let’s talk it up. Start to vote immigrants, but let’s change it into a humanitarian issue. (…) How to help them instead of addressing the true causes of all this (…) Then you get what? The catastrophe that is now Europe”.
Predictably enough, the end result has been a surge across the board of the only politicians who have brought to the fore a discourse that connects with the everyday concerns of ordinary people: from Farage in the UK (UKIP) to Le Pen in France (Front National), passing through Wilders in Holland (Partij voor de Vrijheid). Sure, their respective scapegoat instrumentalization of the societal mistrust vis-à-vis the racial-cum-religious Other (encapsulated in Wilders’ claim that “not all Muslims are terrorists, but most of the terrorist are Muslims”) is misleadingly simplistic, but that’s what you get when you refuse to show up and to propose meaningful economic policies that resonate with the people you are supposed to be serving. To make things worse, most of the liberal left electorate remains equally clueless, mired as it is in taking the streets to denormalize Trump while virtue-signaling the-more-the-merrier versions of the kind of multiculturalism, identity politics and human rights advocacy that stopped being fashionable somewhen around the late 70’s.
In sum, the recent political events have made clear that unbridled globalization and xenophobic protectionism are just two sides of the same coin: fair trade and political freedom. As such, they are less to be pursued or advocated for as ends in themselves than to be envisaged as dialectical moments necessitating from an overcoming towards those very goals (i.e., fair trade and political freedom). Such new stage of capitalism, though, will only come about should both sides of the conversation be willing to seek common ground and ultimately, should they be able to find it. Otherwise and for the time being, as Zizek crudely concludes, “I just expect more of this”.