Paco Corraliza

PACO CORRALIZA.

Hoy, entre Kant-Hegel y Marx, nos detenemos en el concepto de «Cultura», por la decisiva importancia que, en especial tras ser infiltrada de nacionalismo, ha tenido como factor estatal para la demagógica manipulación y la ideológica intoxicación de la conciencia política en la Europa continental, hija política de la Revolución-Reacción francesa y del racional-idealismo germano. Gustavo Bueno, en su libro “El mito de la Cultura”(1), nos indica su origen: “la idea de cultura, como la idea de progreso, es una idea característica de la época «moderna» y, más concretamente, de la Europa protestante de los siglos XVIII y XIX”; y añade, como ya comentamos, que “la idea metafísica de Cultura objetiva […] es una cración de la filosofía alemana”. Aprovecharemos este artículo para hojear ese libro.

Ya el clarividente Kant (1784) escribió que “gracias al arte y la ciencia somos extraordinariamente cultos; estamos «civilizados»; […] pero para considerarnos «moralizados» queda todavía mucho”(2). Para Kant la civilización era cosa de “buenos modales externos”(2), mientras que la «moralización» era cuestión de “formación interna del modo de pensar”(2); pero los Estados, envueltos en “intentos de expansión”(2) privan a los ciudadanos de “todo apoyo en este propósito”(2), sugiriendo indirectamente su intervención para la “vasta transformación interna de cada comunidad en orden a la formación de sus ciudadanos(2). Recordemos que el «roussoniano» Kant calificó al Estado como “persona moral”(3); mientras el voluntarista Rousseau veía una “persona moral [en] el soberano”(4) (el pueblo); sin embargo, Kant afirmó, con acierto, que “soberanía popular es una expresión absurda”(3).

Para Gustavo Bueno, “el embrión de la nueva Idea de cultura se encuentra en las obras de Herder(1) (discípulo de Kant), en concreto en su obra “Ideas para una filosofía de la historia de la humanidad “ (1784). La «naturo-latría» de Kant penetra en Herder, quien ve al “hombre como ser natural y, a la vez, creador de su propia naturaleza, […y de] la «cultura como una segunda naturaleza», creada por el hombre como si fuese Dios”(1), en un “infinito progreso [mediante el que el hombre conquistará] por sí mismo, mediante el ejercicio, ese grado de luz y de seguridad”(1). Aunque existen múltiples pueblos con sus respectivas «culturas», la «cultura universal» del “reino de los cielos en la Tierra alcanzó su universalidad con los germanos”(1) (según Herder).

Pero será Fichte [“Los caracteres de la edad contemporánea”, 1806] con quien la “Idea de Cultura [se mezcla] con la política”(1) (en realidad, con el Estado). Para Fichte, la subjetividad individual queda englobada en el concepto de “«Cultura europea», más aún, la cultura de la raza blanca, […] como cultura envolvente y organizadora de las generaciones sucesivas […] que no podría ejercerse sobre cada individuo si no estuviese implantado en la sociedad política, en el Estado. […] Si la finalidad del individuo es el goce egoísta (subjetivo) de los bienes, la finalidad de la especie es la cultura y [como] el Estado es la organización que los individuos constituyen para la finalidad de la especie, [resulta] que la «finalidad del Estado es la cultura ». De este modo , Fichte está proponiendo por primera vez la idea (el mito) del Estado de Cultura.” (1)

Para Fichte podemos considerar al “Estado más perfecto, como Estado en cada edad, como la sede de la más lata cultura de esta misma edad […]. Gracias a los fines [de esa cultura] se promueve el primer gran rasgo del universo: la difusión universal de la cultura”(1). Y en su “Discurso a la nación alemana”  (1806-07) se mostrará abiertamente nacionalista, diciendo “sois vosotros [alemanes] quienes poseéis, más nítidamente que el resto de los pueblos modernos, el germen de la perfectibilidad humana y a quienes corresponde el desarrollo de la humanidad…”(1). El «espíritu del pueblo» o «Volksgeist» comenzaba a soplar con fuerza.

El estadólatra y universalista Hegel prolongará la sombra de la cultura nacionalista, expresando en su “Filosofía de la Historia:: lo universal, que en el Estado se destaca y se hace consciente, la forma bajo la cual todo lo que existe queda puesto, es aquello que, de un modo general, constituye la cultura de una nación. Pero el contenido determinado que recibe la forma de la generalidad y se halla en la realidad concreta que es el Estado, es el espíritu mismo del pueblo(1). El «proceso histórico» de Hegel muestra una sucesión de “relevos de los pueblos (de las culturas) que portan la antorcha de la universalidad, para sugerir, en particular, que a la sazón le había llegado la hora a Alemania”(1).

Nos dice Gustavo Bueno que “a partir del siglo XIX, la ecuación entre la Nación y el Estado se lleva adelante a través de la idea del «Estado de Cultura» (nacional)”(1). Surge además una dialéctica de “carácter ideológico [entre] «cultura particular» (nación canónica, nación regiónal) y la «cultura universal»; de ahí el mito de que lo genuinamente particular ha de tener, por eso mismo, un valor universal”(1).

Continúa el profesor Bueno: “el cauce a través del cual la idea práctica de Cultura alcanza su expresión más rotunda es el cauce de las instituciones políticas y [dentro de éstas] las que tienen que ver con la constitución misma del Estado”. Y es “fecha simbólica de mayoría de edad de [esa idea] en cuanto mito político la de 1871, año en que comenzó el «Kulturkampf » (lucha por la Cultura) de Bismarck(1). Para Gustavo Bueno la “Idea metafísica de Cultura es una secularización de la Idea teológica del «Reino de la Gracia»”(1), uno de cuyos resultados será “la Psicología  (término inventado por el escritor protestante alemán Goclenius, en 1590)”(1). Finalmente, el profesor Bueno termina su libro con un significativo capítulo final titulado “La Cultura como opio del pueblo”(1).

Concluimos sintéticamente: la Cultura ha sido un término empleado por los Estados para conformar con él un auténtico «brebaje psicodélico» («psíquico-cultura») de contenidos heterogéneos, especialmente destinado a la propia justificación del Poder a cambio y a costa de dinero público; una pócima nacional-progresista fuertemente ideológica y de gigantesca eficiciencia para la sumisión mental por medio de un lenguaje salvífico que conjuga, al tiempo, manipulación y adulación, mientras oculta la ausencia de Libertad Política en el Estado-Nación. Nos dice Rüdiger Safranski:: “El lenguaje público se hace ideológico. Nietzsche lo califica de «delirio de los conceptos generales», que, «como si fueran brazos de fantasma», agarran al individuo y lo llevan hacia donde no quiere ir”(5). Nuestro actual Estado de Partidos (oficialmente Monarquía Parlamentaria), una real, corrupta y liberticida oligarquía de jefes de Partido monárquico que se hace pasar por auténtica Democracia formal, nos da buena prueba de ello.

Nuestra oligárquica Constitución-78 contiene 14 veces las palabras «cultura/s» o «cultural/es» y establece, en su artículo 149.2, que “el Estado considerará el servicio de la cultura como deber y atribución esencial””. Nadie, ni siquiera los redactores, sabía en qué consiste esa «cultura»; pero sí sabían para qué sirve: como demagógico pilar para el sostén de su tóxica y antidemocrática oligarquía; como perfecto disfraz de su ambiciosa y poderosa estadolatría.

 

(1)BUENO, Gustavo. “El mito de la Cultura”. Ed. Prensa Ibérica, S.A. 1997. (Ed. Original: 1996).

(2) KANT, Immanuel. “Idea para una historia universal en clave cosmopolita”. En libro “¿Qué es la Ilustración?”. Alianza Editoral, S.A. 2011. [Ed. original: 1784].

(3) KANT, Immanuel. “Hacia la paz perpetua. Un esbozo filosófico”. Ed. Biblioteca Nueva, S.L. 2005. [Ed. original: 1795].

(4) ROUSSEAU, J. Jaques. “El Contrato Social”. Ed. Altaya, S.A. 1993. [Ed. original:  1762].

(5) SAFRANSKI, Rüdiger. “Nietzsche. Biografía de su pensamiento”. Círculo de Lectores. 2001.

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