PACO CORRALIZA.
Si hemos de resaltar cuatro aspectos esenciales de la vida política en la Europa descendiente de la Revolución-Reacción francesa, éstos serían: 1) la atomización del que se denominó «cuerpo social», con la consiguiente anulación de su capacidad de actuar en política; 2) la idolátrica divinización del Estado como ente impersonal capaz de dar forma racional al ficticio «cuerpo-nación» resultado de aquella enajenación; 3) la usurpación del poder estatal indiviso, traicionando la representación, por parte de clarividentes élites que se erigen en intérpretes del «todo social» enajenado; 4) el vuelco del poder estatal sobre la llamada «cuestión social», que disfraza de benevolencia a un poder ilegítimo, encantado de obtener complacencia a cambio de un orden público igualitario y de proporcionar tranquilidad a una sociedad que se recrea en su propia supervivencia, al tiempo que se sacude toda responsabilidad política.
La mítica irrealidad anti-política de lo anterior no podría haberse mantenido por mucho tiempo si no hubiese contado con la irrupción y constante renovación de las ideologías del poder; esas a las que llamábamos en otra ocasión «impostoras concubinas del Estado»; Estado-Nación, a su vez, ideológico él mismo. La «psiquista» avidez de las ideologías por hacerse con el poder estatal combinó a la perfección con el hambre de justificación racional que el Estado necesitaba. Llevamos ya casi 250 años en que la realidad no puede ser comprendida ni modificada libremente por la Comunidad Política que la protagoniza, sino fabricada por el poder que la domina.
Todas las ideologías que se han sucedido en la Historia, en tanto prescinden de la capacidad de actuar de la Comunidad por sí misma, tienen carácter anti-político. Por querer reconstruir el «todo nacional» partiendo de una sociedad desintegrada, tienen carácter totalitario. Por ambicionar el poder estatal indiviso como único agente de «progreso», ignorando la acción colectiva como motor de auténtica evolución personal, son, en contra de lo que piensen, profundamente reaccionarias. Por creerse intérpretes y constructoras de futuro son esotéricas y supersticiosas. Y cada una, por querer excluir a todas las demás y ambicionar el ajuste de todo a sí misma, tiene carácter tiránico: toda ideología atiza mientras camufla ambiciones de poder y dominación. Su peor parte es su estadolatría reglamentista y burocrática; su más repulsivo vestido es el disfraz de la cultura, empleada como santificante perfume y adormidera de conciencias.
Antonio Gramsci, encarcelado por el ideológico régimen estato-fascista de Mussolini, nos muestra su propia inclinación a la dominación ideológica, que no critica por ser la suya, entendiéndola como la única y acertada «cultura». Y es certera su concepción de la ideología como una religión secular (en realidad, una religión estatal). Algunas frases de Gramsci(1) escritas en la cárcel (1.929-37): “Sólo después de la creación del Estado el problema cultural se impone en toda su complejidad y tiende a una solución coherente”[…] “La ideología ha sido un aspecto del «sensualismo», o sea, del materialismo francés del siglo XVIII.”[…] ”Si entendemos por religión una concepción del mundo (una filosofía) con una norma de conducta conforme a ella, ¿qué diferencia puede existir entre religión e ideología (o instrumento de acción) y, en último término, entre ideología y filosofía?” […] “De ello se deducen determinadas necesidades para cada movimiento cultural que tienda a sustituir el sentido común y las viejas concepciones del mundo en general: en primer lugar, la de no cansarse nunca de repetir los argumentos, pues la repetición es el medio didáctico más eficaz para intervenir sobre la mentalidad popular”. […] “Se juzga por lo que se hace, no por lo que se dice; constituciones estatalesleyesreglamentos: son los reglamentos, o incluso su aplicación (mediante circulares), los que indican la verdadera estructura política y jurídica de un país y de un Estado.”
Hannah Arendt(2) vio con claridad el papel de lo ideológico en el mundo actual: “Las ideologías modernas, ya sean políticas, psicológicas o sociales, son más adecuadas para lograr que el alma del hombre se vuelva inmune al duro impacto de la realidad que cualquier religión tradicional conocida. Comparada con las diversas supersiticones del siglo XX, la piadosa aceptación de la Voluntad de Dios parece un cuchillo de juguete que quisiera competir con las armas atómicas.”
Los totalitarismos del siglo XX, especialmente el nacional-socialismo, lejos de haber sido aberraciones históricas, fueron la consecuencia lógica de la «psiquista» catenaria racionalista, anti-política, reglamentista y estadolátrica con que arrancó la época moderna. ¿Qué fueron Hitler, Mussolini o Stalin sino napoleones cargados de salvíficas ideologías? Y las actuales partidocracias como la española, maridadas con el Estado de Bienestar, ¿no son ellas mismas un engendro ideológico? Todo es disfraz, falsa fachada, huera propaganda, burocracia, «hiper-reglamentismo», irresponsabilidad y demagogia en el Estado-Dinero de Bienestar de los Partidos y sus multimillonarias deudas. ¿Y la Unión Europea, su «gobernanza» social-€-burocrática y sus Consejos y Comisarios gobernantes sin elección imponiendo Reglamentos que, con rango de ley, se «cuelan» en nuestro ordenamiento jurídico? ¿Y ahora nos quieren hablar de política? La política ya no existe, sólo existe el bancario dinero; ese que utilizan los poderosos para comprar voluntades y ganar espurias lealtades de unos ciudadanos convertidos en mercenarios del Estado-Dinero, que pretende librarnos de una crisis que no explica pues él mismo la provoca y la paga con nuestros impuestos.
(1) GRAMSCI, Antonio. ¿Qué es la cultura popular? Publicacions de la Universitar de València. 2011.
(2) ARENDT, Hannah. “Entre el pasado y el futuro”. III: “¿Qué es la autoridad?”. Edic. Península. 2003. [Ed. orig. 1954].