PACO CORRALIZA.
Terminábamos el artículo anterior resaltando la «psiquista» falsedad cartesiana encerrada en el postulado “je pense donc je suis” (pienso luego existo). Y decía y digo, dirigiéndome ahora a la Psique animal en la que se cocinó esa deducción asertiva: “madre Psique, lo siento madre mía, perdóname, eso era mentira; la más grande mentira de la Modernidad; sin salir de ti, madre mía, de tu maravillosa pequeñez entre tantos millones de personas parecidas, perdimos pie en el mundo, perdiste pie en el suelo interpersonal en el que habitas y me arrastraste a mí, a tu hijo inocente, el que tanto te quiere, a tu espíritu. Hasta más allá del Universo nos arrastraste. Y qué grande me creía, por causa de tu natural ambición y mi humana buena intención, por nuestra mutua colaboración, me olvidé de que soy pequeño, madre mía. Pero, ¡grande, qué grande me creía!”
Porque, amigo lector, si quitamos la carne trémula y decadente que adorna y le sobra a aquella mentira autocomplaciente, nos quedaremos con su vicioso esqueleto recurrente: “je suis je” (yo soy yo), casi como el fluyente “Eheyeh-asher-Eheyeh” que oyó Moisés delante de una zarza ardiente, pero absolutamente estático y circular en boca de René, creyéndose autosuficiente en su propia inanidad (René= vuelto a nacer o renacido). El espurio endiosamiento de la Razón requería, efectivamente, un prepotente endiosamiento del YO; un YO pretencioso y clarividente, que partiendo de su «cuasi-nada auto-interesada», renace encarcelado en su propia jaula.
Esa «yoica» megalomanía de la razón ideológica busca, ansiosa, divinas leyes universales «auto-consistentes» que atenúen el miedo atroz de la invidente Psique, oscuras leyes permanentes que arrojen luz impostada sobre su ilustre ceguera inmanente. Es la ceguera cientifista y universalista que acompañaba a la Europa de la época, de la que parte la gran catenaria racionalista. En 1.785, cuatro años antes del estallido revolucionario, se publica “La fundamentación de la metafísica de las costumbres” de Kant, el filósofo más influyente de la Modernidad. Sentado ahora el de Köningsberg en la Teo-cátedra de Descartes, impone su imperativo categórico: “obra de forma que la máxima de tu acción se convierta en ley universal”. Podríamos llamarla también “Ley universal del Hombre Autónomo”, del hombre que, huyendo de lo que es, se quita el “sapiens” para hacerse “Hombre-Homo” (¡qué sabio y qué mono es el mono racional!). Una ley sólo aplicable, de nuevo, por la megalomanía de un auto-contradictorio «Hombre Metafísico» extra-universal. Una ley que, en realidad, si saliera de la inconsistente opinión de cada Homo-social inflamada por su propia, errática y despótica voluntad individual, convertiría ipso-facto a la Comunidad Política en un enjambre de implacables homínidos dictadores.
Todo esto, amigo lector, no es irrelevante. Y sólo hemos apuntadohasta aquí unas pinceladas, quizá las más importantes. El caldo de cultivo intelectual (espiritual si se quiere, en estado de “fermentación universal”, como entonces se decía(1)) sobre el que se desarrolló la enfermedad revolucionaria francesa fue el catalizador de la aparición de una bestia naciente. Porque para poder aplicar todos los frutos de esta «fiebre psiquista», más que provocar una plaga de superhombres, lo que realmente se invocó fue a un homínido antropófago, irredento y despótico: el Poder descontrolado de Polifemo, un ciclópeo Coloso monocular; el Poder de un Demiurgo tiránico, el Poder de un gusano con cabeza de león; el poder de un Superhombre mítico e impersonal; el Poder endiosado e incontrolado del burocrático y legalista Estado-Nación reglamentario, seducido y purificado por la diosa Razón.
Cortada la cabeza del Luis XVI, sólo quedó del fuego revolucionario el humo negro del Poder, el poder de un Estado sacralizado. Un puñado de manipuladores y clarividentes intelectuales se adueñaron de él, pero “la cuestión del poder, tema único de las revoluciones políticas, no es materia de opinión, sino de voluntad”(1). Una clase intelectual que, “en su primer acto de voluntad perdió la inocencia. Cayó en la culpa original de querer ser como el Soberano, saborear la fruta prohibida, ser legisladora. Pues la ley es una simple opinión a la que una Voluntad de Poder externa comunica fuerza coactiva” (1). El Poder indiviso del Estado-Nación, el más potente enemigo de la Libertad y la próspera autenticidad de la Comunidad Política, convertido desde su origen en Gran Hermano de una Europa vestida de harapos apocalípticos. “No hubo Revolución Francesa”(1). Hubo una errática combinación de convulsas protestas, hechos azarosos y, sobre todo, de mentiras, de traiciones, de manipulaciones y de colusión financiera. Lo que acabó por suceder e imponerse fue, en resumen, una seductora y reaccionaria metamorfosis del Poder, ese negro corcel montado por Don Dinero, ese escuerzo cornudo que se cree Príncipe del Mundo.
A la Asamblea de privilegiados que traiciona la representación y se autodeclara constituyente, le sucederá la primera gran mentira oficial impuesta por decreto asambleario: el Rey no huye de Francia, sino que ha sido secuestrado. Un acto reaccionario donde D. Antonio García-Trevijano ve, con acierto, lo que ya antes había comenzado a gestarse en la regicida Revolución-Reacción: “el germen de todas las dictaduras nacionales e imperiales que humillarían y destrozarían, hasta en la humanidad misma, a la civilización europea, con los Estados totalitarios del siglo XX; y a la representación política de la sociedad civil, con los Estados de Partidos” (1).
Una casta privilegiada sirviendo al Estado proporcionándole ideas como ideologías(2) de la dominación; un pueblo en estado de necesidad; una Comunidad Política desintegrada en súbditos elementales extraños entre sí, supervivientes sin vida en Libertad, agregados a la fuerza pidiendo derechos, clemencia y comida para sobrevivir ante el opresor causante de sus desdichas; un Estado deficitario ahogado en deudas a devolver con impuestos, connivente y complaciente con su Gran Socio bancario; millones de mentes intoxicadas por una propaganda de incesante mendacidad, de palabras huecas, de miedoso escepticismo cultural, de desaliento espiritual, de mentiras con aspecto de verdad y de elusión de responsabilidad. El fracaso de la recurrente y falsaria Revolución Francesa del progreso regresado, se hace en España, de nuevo, triste realidad, tras 33 años de una Constitución plagada de calumnias, de derechos usurpados presentados como contraverdades para comprar voluntades; una norma farsante decretada por medio de un mítico consenso interesado entre un puñado de oligarcas; una tapadera que tapa el reparto de Poder.
Enfrentémonos de cara a ese fuego compacto de irresponsable auto-representación, a ese tóxico humo anti-político de contralibertad; a ese falso mundo espectral de actores profesionales de la fingida representación y la farsa impuesta por la Voluntad del Poder: Estado-Dinero. Ya sabemos cúal es el agua de vida espiritual, de Amor a la Libertad, que pacíficamente lo apaga: ¡LIBERTAD CONSTITUYENTE! Son ya cuatro artículos y no hemos hecho más que empezar: continuaremos en el siguiente.
(1) GARCÍA-TREVIJANO FORTE, Antonio. “Teoría Pura de la República”. Libro Primero: “Actualidad de la Revolución Francesa”. El Buey Mudo. 2.010.
(2) La palabra “Ideología” fue acuñada por el francés Destut de Tracy (Mémoire sur la faculté de penser, 1796), como ciencia que estudia las ideas, las leyes que las rigen y las relaciones con los signos que las expresan.