ILLY NES.
En esa época llevaba una doble vida. Por una parte me tiraba la parte carnal, sexual y ni siquiera podía plantearme tener una pareja estable. Recuerdo que el primer libro gay me lo dio a leer Javier Aramburu, y justamente ahora se acaba de reeditar. Se titulaba “El cuarto de Giovanni” y ahora lo han cambiado por “La habitación de Giovanni”. El segundo libro gay que leí fue “De Profundis” de Oscar Wilde. Y la primera película gay, que no pornográfica, que vi fue “Another Country” de Marek Kanievska, protagonizada por Rupert Everett. Después llegaría una larga lista de películas y libros y sin darte cuenta vas descubriendo todo un mundo.
En la Iglesia sucede lo mismo, ahí tienen una serie de religiosos, presbíteros y obispos que no se han dado cuenta que en España, desde el año 1978, no existe ninguna confesión oficial y se ha abierto un país nuevo. El que se mantuvieran y figurasen en la Constitución unos acuerdos especiales con el Vaticano no significa que eso sea para siempre, porque cada día la sociedad española es más laica.
El derecho a profesar una religión, sea cual sea, aparece en la declaración de los Derechos Fundamentales de las Naciones Unidas y está reflejado en nuestra Constitución. Cada persona es libre de ser creyente o no creyente, y lo que no puede hacer la Iglesia Católica es interferir en lo que es la voluntad soberana del pueblo español.
Federico Trillo a veces sale con frases geniales porque él decía: “La religión católica no es un seguro de vida, a mí me sirve para relacionarme con Dios y con las personas. Y al final, cuando mueres, Dios dirá”. Me parece una hipocresía, porque hay homosexuales, lesbianas y gays en la sociedad no religiosa y los hay dentro de la Iglesia Católica, entre los sacerdotes diocesanos o de clero regular. Es decir, que los frailes y religiosos son personas y como tales también aman a otras personas.
No se puede borrar con goma el deseo de las personas y con ello el deseo sexual también. En un momento dado se puede reprimir, pero un señor que lleve cuarenta años en una institución religiosa, en más de un momento no solamente ha tenido pensamientos, sino que además ha cometido lo que para la Iglesia son actos deshonestos y que para mí no lo son. Es decir, ha podido mantener relaciones sexuales.
Algunos, los más fuertes y los menos cobardes, han decidido en algún momento determinado de su vida secularizarse y dejar de ser sacerdotes. De ahí las asociaciones de sacerdotes casados y con hijos o el grupo “Somos Iglesia”. Cristo no vino a imponer un dogma sino a leer las Sagradas Escrituras, Antiguo y Nuevo Testamento. Jamás creó una jerarquía ni unos príncipes de la Iglesia, como son los cardenales… Yo les diría “vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Y esto es revelación de las Sagradas Escrituras, según la propia Iglesia Católica.
Jesús, el personaje histórico, que no es el Cristo de la fe, dio unos mensajes de convivencia que si los respetáramos todos, otro gallo cantaría. Jamás predicó la violencia y si se fijan, siempre estaba rodeado de féminas, no porque fuera mujeriego sino porque se daba cuenta de cómo el pueblo judío, al cual pertenecía, las trataba como una piltrafa, sin derecho alguno. Y cuando rompen un frasco de aceites esenciales para lavarle los pies, se enfada porque no quiere la humillación de esas mujeres.
Sin lugar a dudas, si tuviese poder para hacer cambios en la Iglesia, en este momento apartaría de la primera fila a Joseph Ratzinger porque mientras fue prefecto de la doctrina de la fe, era una persona que en mi opinión había leído los evangelios con prejuicios por un motivo muy sencillo de explicar: silenció a muchos teólogos como Bernard Haring, Karl Rahner, Leonardo Boff, Gustavo Gutiérrez, Helder Cámara… a muchísimos. Eso es soberbia.
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