MANUEL RAMOS.

Cuando ETA mataba (esta tres palabras me parecen irreales) tuve ocasión de hablar con ciudadanos vascos de mi misma edad por la cual no pudimos vivir el franquismo. Por lo mismo no pudimos ver entonces la lucha contra la dictadura a la que la banda armada se sumaba desde su atalaya nacionalista. Nuestra perspectiva histórica estaba, por tanto, libre de cualquier justificación que encubriera los asesinatos como lucha por la libertad. Esta sensación de innecesariedad de la violencia se dio en la sociedad de forma mucho más acentuada durante la última etapa que se vivió hasta el famoso “cese definitivo de la actividad armada”. Es en esa última etapa era cuando yo hablaba con estos conocidos de Bilbao que aún daban pábulo a los asesinatos.

Mi profundo sentimiento de rechazo a la violencia me obligaba a preguntarles: “¿no tenéis vergüenza de justificar la muerte de esas personas por defender vuestras ideas?”. Todos callaban ante esta pregunta que yo creía hacer desde el más doliente sentimiento. Pero algunos se preguntarán ahora porqué explico estas cosas si el título de este escrito es sobre la abstención electoral. Pues bien, una vez aparcada la preocupación por la banda terrorista -afortunadamente por ahora- y habiendo avanzado en mi conocimiento de la ciencia política -por el mero hecho de leer y forjar un criterio- uno ya no puede seguir manteniendo dignamente hoy día una actitud de aceptación o incluso indiferencia ante el régimen político actual. Vuelvo a tener la misma embarazosa sensación que experimentaba con mis compañeros vascos cuando me preguntaba cómo puede alguien justificar la muerte de otra persona por imponer las ideas propias. En este caso, la víctima propicia de este régimen de partidos estatales es la libertad política y yo vuelvo a preguntar a los votantes españoles: ¿no tenéis vergüenza de seguir justificando con vuestro voto el secuestro de la libertad de todos los españoles?.

A mi me daría vergüenza votar hoy día. Cualquier partido, por bienintencionado que sea, es un lastre para la libertad. La democracia tiene sus bases en las elecciones representativas y la separación de poderes en origen, condiciones que no se dan ni de lejos en España. Un demócrata, un ciudadano libre, por propia dignidad jamás votaría. Del mismo modo que una persona con una constitución moral civilizada y compasiva jamás sería indiferente ante el dolor ajeno. Es así que la mayoría de los españoles en general y los vascos en particular rechazaron la violencia y deslegitimaron los asesinatos de ETA. De igual forma debemos deslegitimar este régimen de partidos que nos asesina la libertad, nos impide elegir a nuestros representantes, nos roba el dinero de los impuestos, usa los poderes del Estado para perpetuarse en la casta política y encima nos dice que votar es un “deber cívico”. No, mire usted, a la horca me suben empujándome. No por mi sentido del deber.

No obstante, como al menos tenemos una mínima libertad civil, aún podemos usar herramientas sencillas y no violentas de ser coherentes políticamentey esa herramienta es la abstención activa. No hay alternativa moral. Un voto en blanco beneficia a los partidos grandes y participa activamente en el sistema, legitimándolo. Un voto nulo aún merodea por las faldas del sistema. Sólo la abstención, en un país como España que ni siquiera hay que registrarse para votar, es el golpe más fuerte a este sistema antidemocrático. Aún así el gobierno podría seguir con su gobierno legalmente, pero con una abstención de más de la mitad de los electores legítimamente ese sistema está carcomido por dentro y basta cualquier empujón para hacerlo venir abajo.

Cuando hablaba con los citados vascos (no sé qué habrá sido de ellos) mi objetivo era defender la igualdad legal entre los ciudadanos. Nadie tiene que matar a nadie para defender sus ideas, basta la confrontación de las mismas con libertad de pensamiento. Ahora, la abstención activa es consecuencia de la búsqueda de la libertad política por mera coherencia intelectual. Uno quiere la democracia y, por tanto, no vota ahora para poder votar luego. No es anarquismo, es lucha política. Por supuesto que no es el único camino para conseguir ese objetivo, pero es el primer paso lógico. Además, hay que especificar que esta actitud política no es por animadversión hacia la clase gobernante actual -que también- sino porque soy un repúblico. De hecho, si quiero que alguna vez levantemos con orgullo una República en España sé que he de vivir desde ya como si existiera y mis principios repúblicos, defensores de la democracia, me impiden votar en un régimen como este. Me repugna pensar cómo manipularán mi voto mediante el sistema proporcional, cómo justificarán las subvenciones relativas a su porcentaje de escaños, cómo incumplirán sus promesas electorales, cómo -en suma- pretenderán hacerme creer que vivo en una democracia mientras abusan de la libertad política robada al pueblo. Si quiero ser dueño de mi destino, no he de caminar hacia la servidumbre voluntaria y cómplice sino hacia la libertad en todos los aspectos de mi vida.

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