LUIS LÓPEZ SILVA.
Naturalmente, la frontera entre reforma y revolución es móvil y puramente convencional. Una y otra designan, teóricamente, cambios muy serios en un sistema, pero como nos ilustra abundantemente la historia, su grado de expansión y agresión no dependen del término escogido, sino de las circunstancias socio-políticas, religiosas, culturales y económicas de la geografía determinada donde se libren. ¡Recordemos cuántas revoluciones y reformas han resultado ser simples cambios de fachada en nombre de la conservación del orden existente! Alexander Solyenitsin, premio Nobel y creador de “Territorio GULAG”, hizo una distinción basándose en la experiencia rusa. Decía que las reformas vienen de arriba, mientras que las revoluciones vienen exclusivamente de abajo. La revolución no debe ni puede venir de arriba. Según estas palabras, los preceptos económicos y políticos adoptados en nuestro país y en la eurozona a raíz de la crisis sistémica del modelo social occidental, son medidas establecidas desde arriba, es decir, a través de las élites políticas y económicas que conforman y rigen el orden establecido. Por tanto, según la definición arriba expuesta, este escenario es claramente un ímpetu reformador apoyado hasta ahora por gran parte del pueblo, pero que como a corto o medio plazo no haga emerger los milagros ofrecidos, el ímpetu reformador se puede transformar en ímpetu revolucionario, de los de abajo. Si a un tiempo prudencial las reformas aplicadas siguen sin dar los frutos prometidos, es muy fácil que la ciudadanía, ya de por sí angustiada y sacrificada por los recortes que justifican las reformas, en un futuro próximo de riendas a la cólera reprimida de quiénes se sienten engañados y dolidos.
Las revoluciones siempre han sido sangrientas y crueles, pocas se conocen pacíficas, motivo por el cual, todo el mundo las teme y renuncia a ellas como forma de transformar el Estado y el sistema de gobierno. Son una forma extrema de desestructurar un modelo de estado anclado en tradiciones que solo reportan beneficios y privilegios a una minoría de la población.
Sin embargo, muchas revoluciones han acabado en una simple reforma, mientras que algunas reformas han acabado en estricta revolución. Veamos, La Transición-revolución española tras la muerte de Franco terminó en una anodina reforma monárquica partidista que secuestra la supuesta democracia; y ahora, somos observadores directos de cómo las revoluciones árabes devienen en mera reforma recachutada con elementos nocivos ya conocidos antes de las movilizaciones. Por el otro, varias reformas internas como por ejemplo la Perestroika de Gorbachov terminaron en revolución, en este caso, desintegrando hacia fuera, desmembrando el imperio rojo en menos de 6 años.
Como vemos, pues, reforma y revolución son términos teóricamente diferentes, pero que a la hora de aplicar sus principios en un determinado momento y sociedad, existen a veces circunstancias imprevisibles que pueden catalizar la permutación de sus significados, acciones y consecuencias. Europa, y por tanto España, se hallan frente a una ola reformadora que hasta ahora solo ha cambiado títulos y protocolos, pero en lo esencial no han modificado los elementos característicos de la estructura política, económica, social o cultural que nos han arrastrado hasta la crisis, síntoma inequívoco de que las reformas solo pretenden sosegar al pueblo a la vez que ganar tiempo para reforzar los poderes que blindarán el re-orden establecido. Desde luego, esto es jugar a ser aprendiz de brujo, además de una traición social de los representantes políticos a sus representados.
Las revoluciones prenden tras las chispas surgidas de la fricción entre las ideas divergentes de las diferentes capas sociales que conforman un determinado escenario social. Aquí, en España, estudios solventes y la observación directa en la calle, arrojan que las desigualdades económicas y de oportunidad entre ciudadanos han aumentado desorbitadamente y las diferencias de clase entre los que más y menos tienen se han acentuado onerosamente debido a las reformas de regresión social que aplican los equipos de gobierno en el poder político. Las revoluciones son una ruptura del orden acordado, una transformación radical del presente inmediato de manera súbita y violenta. Por ello, otro matiz diferencial entre reforma y revolución consiste en que las primeras son acordadas mientras las segundas surgen espontáneamente del descontento general. La pregunta es, ¿se encuentra Europa ante la paradoja de emancipar una revolución involuntaria por cuenta de las reformas adoptadas?