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sábado 29 marzo 2025
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Traición a la filosofía de la acción de Trevijano

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Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 257 de «La lucha por el derecho» nos habla del mito de la unidad política como distorsionador de un pensamiento político.

El mito de la unidad y la falsificación de las ideas

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La traición a la claridad del pensamiento es el primer paso hacia la claudicación de la acción política. A esta infamia se suma hoy la confusión deliberada que pretende amalgamar el Movimiento de Ciudadanos hacia la República Constitucional (MCRC) con asociaciones surgidas tras la muerte de su fundador, desvirtuando la esencia misma de la acción política republicana. Es imperativo no dejar de denunciar esta farsa, pues la unidad invocada no es más que un mito forjado por quienes pretenden eludir el rigor de la estrategia rupturista y la coherencia doctrinal del MCRC.

El MCRC no fue ni será jamás un movimiento pluralista ni una federación de grupúsculos heterogéneos, porque su existencia no responde a las reglas del consenso ni a la negociación de principios. Su fundamento es la Teoría Pura de la República en su integridad, incluida la innegociable filosofía de la acción constituyente. No es un club de debate ni una suma de voluntades desdibujadas por la corrección ideológica, sino el brazo cultural y prepolítico de una acción que solo cobra sentido en la ruptura con el régimen del setenta y ocho

Desde la muerte de García-Trevijano, proliferan asociaciones y colectivos que, al no comprender la raíz científica del análisis político que este desarrolló, buscan distorsionar su finalidad para acomodarse a fórmulas híbridas e inofensivas. Quienes promueven la unidad del MCRC con esas iniciativas solo prueban su ignorancia sobre política. La democracia formal no nace de la mezcla de intenciones, sino de la conquista efectiva de la libertad política colectiva. No puede haber unidad con quienes no han asumido la necesidad de la abstención activa, con quienes rechazan la acción de la ruptura con el instrumento creado por su fundador, obviando parte de su pensamiento, o con quienes sucumben al electoralismo.

El MCRC no es una organización abierta a la negociación de su ideario ni un foro de tendencias que busquen consenso con el poder o con sus simulaciones. Es la estructura intelectual que provee a los ciudadanos del único camino viable hacia la democracia formal: la ruptura pacífica con el sistema de poder oligárquico que hoy impera en España. Toda tentativa de fundir el MCRC con asociaciones que diluyen su doctrina en compromisos tácticos no es sino una traición a su esencia.

Que no se engañe nadie: la independencia doctrinal del MCRC, su autenticidad, originalidad y carácter único es su mayor virtud y su salvaguarda. No es compatible con los proyectos que carecen de fundamento en la acción política ni con quienes reducen la república constitucional a una consigna vacía de contenido, o directamente la olvidan como algo secundario. La única unidad posible es la que surge del rigor de la acción política bien entendida, no de la componenda oportunista de quienes buscan atajos en la lucha por la libertad política colectiva.

No hay unidad fuera de la verdad. Y la verdad política es que el MCRC no es negociable.

La libertad no es ideológica

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Una Constitución formal tiene que constituir la separación de poderes y por lo tanto no puede ser ideológica.

-Fuentes del audio-

Radio libertad constituyente: http://www.ivoox.com/rlc-2018-01-26-piensa-veras-audios-mp3_rf_23386869_1.html

Música: 2º mov. Largo de la sinfonía nº88 de Joseph Haydn.

Carta II: El Mercado de las Treguas

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Estimado lector:
‘Cartas persas’ se publica en la revista del MCRC Diario de la República Constitucional, fundada por Antonio García-Trevijano, arquitecto de la teoría pura de la democracia. Inspirada en Montesquieu ―cuya separación de poderes Trevijano llamó «alma de la libertad»―, esta columna presenta a un sheij iraní que observa Occidente con ironía coránica y rigor constitucional. Sus cartas, herederas del espíritu crítico de ambos pensadores, desvelan las falsas democracias donde el poder se disfraza de ley. Al final se incluye un glosario de términos.

Cuando Occidente vende hielo y compra espejismos

Sobre la farsa de congelar conflictos en canastas y patinar sobre cadáveres.


Querido hermano bajo los cipreses de Isfahán, donde los versos de Hafez laten en las piedras y los mercaderes intercambian azafrán por silencios:

Rumi advirtió: «La paz es el aliento entre dos gritos de guerra». Pero en Bruselas, ese aliento se licúa, se embotella y se vende en máquinas expendedoras de aeropuerto.

En un café junto al Parlamento Europeo —edificio que parece un acuario donde tiburones en traje tragan presupuestos y escupen resoluciones con olor a caviar rancio—, escuché a dos jóvenes debatir si el hockey sobre hielo era un deporte olímpico o un nuevo protocolo diplomático. «Putin y Trump lo patentaron», aseguraba uno, con la vehemencia de quien confunde likes con sabiduría. El otro, mordiendo un croissant de almendra (harina francesa, almendras españolas, culpa globalizada), replicó: «Al menos es más entretenido que la ONU». Así opera Occidente: convierte lo sagrado en trivial y lo trivial en píxeles.


Los titulares proclaman un «alto el fuego parcial» entre Rusia y EEUU: treinta días sin bombardear centrales eléctricas. Treinta días. Como si la guerra fuese un contrato de leasing con cláusula de renovación automática. Los estrategas occidentales, maestros en fraccionar tragedias en cuotas, han decidido que la paz se logra en cómodas entregas, como un sofá de IKEA. «Primero, no disparen a los transformadores; luego, quizá, dejen de disparar a los niños», murmuran entre sorbos de cappuccino con espuma de soja (leche de vacas que pastan en campos minados).


¿Y qué mejor símbolo de esta farsa que un partido de hockey entre rusos y estadounidenses? Mientras Yemen se desangra y Palestina grita en un idioma que nadie traduce, ellos patinan sobre hielo artificial —fabricado con lágrimas congeladas de refugiados— y firman acuerdos con tinta fluorescente, visible solo bajo focos de estadio. Es la era del soft power (ese término acuñado por Joseph Nye para definir la influencia cultural, hoy reducido a meme) mutado en farsa power: la diplomacia como espectáculo mediático, donde si no puedes derrotar al enemigo lo invitas a un torneo.


Occidente, experto en «canastas diplomáticas», divide el mundo como un carnicero desmiembra un cordero:

  • Canasta Ucrania: Prisioneros de guerra que nadie reclama, niños que aprenden álgebra contando tumbas.
  • Canasta Mar Negro: Agua que todos envenenan, barcos que navegan sobre mapas borrados con sangre.
  • Canasta Irán: «No proliferación nuclear» a cambio de silenciar bombas en Donetsk. «Compre una tregua y llévese gratis un dron no facturado». ¡Qué ironía! Los persas, que inventamos el ajedrez, ahora somos peones en su tablero de Realpolitik.

Mientras, Israel —ese hijo pródigo que dispara misiles con una mano y recibe abrazos con la otra— acumula caricias y bombas por igual. Trump, el hombre que patina sobre hielo artificial, firma treguas con Putin para posar de pacificador… pero arrasa Yemen para «presionar» a Irán. Ahora, en un nuevo acto de Realpolitik tragicómica, envía una carta al Senado: pide permiso para atacar Irán citando «SJ106» «Ley Pública 107-40» (términos burocráticos que significan, en lengua persa, «vamos a trocear otra canasta»). Es el mismo Trump que vende reactores a Arabia Saudí mientras exige «neutralizar amenazas nucleares». ¿Contradicción? No. En Occidente, la coherencia es un lujo, como el agua en el desierto: escasa, malgastada, y siempre embotellada en plástico de lujo.


Los mongoles creían que un imperio se construía a caballo; Occidente cree que se hace en patines. Pero como enseñó Al-Farabi: «La justicia no es equilibrio de fuerzas, sino armonía de voluntades». Mientras sigan tratando la paz como un reality show, sus acuerdos serán tan efímeros como la huella de un patinador sobre hielo… y su legado, tan frágil como el cristal de sus parlamentos.

¿Cuántas vidas caben en una «canasta diplomática»? ¿Cuántas sombras necesita un imperio para recordar su propia fugacidad?


Wa as-salamu alaikum,
Sheij Yazid al-Rashid


Erudito itinerante cuyas misivas llegan en sobres manchados de té de cardamomo y ceniza de olivo. Su pluma desafía imperios; su tintero, un frasco de lágrimas del Éufrates. Su paradero es desconocido, pero su eco resuena en cada trinchera silenciada.


PD: Para los amantes del léxico occidental:
– SJ106: Resolución que convierte la paranoia en política exterior (se vende en packs de diez misiles y un manual de autoayuda para senadores insomnes).
– Ley 107-40: Estatuto que permite bombardear países si el informe se entrega en Times New Roman 12.

El pacifismo como postura política

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Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 256 de «La lucha por el derecho» distingue la postura pacifista de ser pacífico.

El pacifismo ideológico como disvalor del esclavo

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Uno de los valores capitales de la socialdemocracia es el pacifismo ideológico. Se trata de una herramienta más del poder para someter a las masas bajo la apariencia de la virtud. Desde tiempos inmemoriales, el poder ha recurrido a mecanismos de control psicológico para desactivar la capacidad de reacción de los ciudadanos. La imposición del pacifismo como dogma inquebrantable forma parte de esta estrategia de dominación.

El pacifismo ideológico no es una postura racional basada en la prudencia política o en la sabiduría de la moderación, sino una ideología infantilizada que niega la realidad del conflicto como motor de la historia y del derecho (Ihering). La libertad no se concede, se conquista. Y toda conquista implica enfrentamiento, lucha y sacrificio. Sin conflicto, no hay victoria; sin resistencia, no hay emancipación. Pero el pacifismo ideológico busca extirpar del espíritu ciudadano toda inclinación natural a la defensa de la justicia y la verdad, dejándolo inerme ante la opresión.

La historia nos enseña que ninguna gran transformación política o social ha sido lograda así. Desde la Revolución Gloriosa inglesa hasta la independencia de los Estados Unidos, desde la Revolución Francesa hasta la resistencia antifranquista, todas las grandes gestas emancipadoras han requerido un enfrentamiento decidido contra la injusticia. El pacifismo ideológico, en cambio, predica la inacción, la resignación y el conformismo con un orden injusto. No es una doctrina de paz, sino de servidumbre.

No se trata de exaltar la violencia gratuita ni de caer en el nihilismo destructivo, sino de comprender que la verdadera paz no es la ausencia de conflicto, sino la justicia conseguida mediante la acción decidida. Enfrentar el poder tiránico, oponerse a las estructuras de dominación, rechazar la sumisión impuesta por los dogmas del pacifismo ingenuo: esa es la responsabilidad de todo gobernado que aspire a la libertad.

El pacifismo ideológico es el opio de los pueblos, una trampa que paraliza la voluntad de transformación y refuerza la dominación de las élites sobre los dominados. La historia no avanza con plegarias ni con súplicas, sino con la acción consciente y decidida de los hombres libres. Quien renuncia a luchar por la justicia, renuncia también a la dignidad de su existencia.

Y qué decir de la escenografía, de la estética unida a esa ética impostada. Niñatos del antibelicismo por el antibelicismo de pancarta. ¿Cómo que «no a la guerra», como si fuera por principio? En todo caso, «no a esta guerra». Desde luego, no a la servidumbre a las potencias extranjeras y al chantaje para su beneficio sin nada a cambio. Desde luego, no a las imposiciones de eurócratas ni norteamericanos, cuando ni siquiera se cumple la reciprocidad más básica en materia de colaboración judicial. No a un solo soldado español en el este de Europa mientras no haya un soldado polaco o un rumano haciendo guardia en Canarias, Ceuta o Melilla. Pero todo Estado, no ya gobierno, responsable debería estar preparándose para cualquier contingencia, dada la coyuntura actual. Y eso desde luego implica la modernización y la inversión en defensa.

Porque una cosa es ser pacífico, y otra pacifista.

Inteligencia política

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Tipos de inteligencia y Napoleón como ejemplo de inteligencia política.

-Fuentes del audio-

Radio libertad constituyente: http://www.ivoox.com/informativo-rlc-3-12-12-separatismo-catalan-sociologia-los-audios-mp3_rf_1619277_1.html

Música: Escena, Capricho español, Rimsky-Korsakov (Rusia 1844-1908)

El poder o por qué no existe democracia

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La esencia del poder es mantenerse. Mantener su poder y, al mantenerse en el tiempo, aumentarlo. El poder necesita más poder para mantenerse. Por eso el poder no quiere cambios. Por eso, para mantenerse, debe aliarse con la mentira: para negar su naturaleza más íntima, que no es otra que su deseo de mantenerse y para ello acrecentarse.

Mas, para operar a sus anchas, el poder debe hacerlo en las sombras. ¿Cómo decir a los súbditos o a los electores que los que detentan el poder quieren conservarlo a cualquier precio? No. Dirán que quieren el bien de todos, que desean acabar con los enemigos de todos, que se sacrifican por todos. Por todos los buenos, claro está. ¿Los «buenos»? Los buenos son los que desean que los que detentan el poder hoy lo sigan detentando mañana… Por eso el poder miente. Por eso el poder es maniqueo. Por eso el poder distingue siempre entre malos y buenos… Por eso la verdad será siempre contraria al poder: porque señala el afán de los que lo detentan de seguir detentándolo a cualquier precio. Y de aumentarlo. Y de sembrar la confusión y el cainismo para ello. Y lo que haga falta…

El poder quiere blindar el ahora. Porque en el ahora detentan el poder. Por eso construirá toda clase de presas y de diques para impedir el mañana. Por eso el poder es siempre reaccionario. Por eso es contrario al porvenir y a la vida. El poder es siempre taxidermista: quiere disecar la existencia toda… La política, la economía, la cultura… Pero, por más que le pese al poder, la vida sigue tras las plumas o la piel disecada. Por eso, tras la apariencia de libertad o de cultura, solo existe descomposición pura. Por eso muchos sienten su mal olor, ven rezumar la sanguaza, reniegan del presente y se asfixian… Porque el poder impide el devenir y la vida…

El poder, además de disecar, siempre intenta disfrazarse. Mantener el poder es tiranía: cumple la voluntad de control, riqueza y vanidad de unos pocos y sus secuaces. Por eso se disfraza. Se disfraza de servidor del pueblo: solo se sirven a ellos mismos. La tiranía se llama entonces gobierno del pueblo. A nosotros nos suena porque la llamamos «democracia». La democracia es el mejor de los sistemas: impide que unos pocos se apoderen del poder mediante la vigilancia de los poderes. La democracia es la mejor receta contra el poder y las pasiones humanas que arrastra. Además, supone la elección de representantes que velen por nuestros intereses, no por los suyos (control, riqueza, vanidad). En caso contrario, podemos deponerlos. Sí, eso es lo que necesitamos. La verdad y la vida casan con el sistema democrático. Porque si unos poderes se vigilan a otros, la verdad siempre saldrá a flote. La mentira siempre necesita de un pacto: la democracia lo impide. Y al aflorar la verdad, la vida sigue avanzando, no la taxidermia que quieran imponer los que detenten el poder. El poder político se llama Estado.

Bien, llegamos a la pregunta… ¿Gozamos nosotros de democracia? ¿Los poderes se enfrentan para que prevalezca la verdad o más bien pactan en pro de la mentira que les haga permanecer en el poder (control, riqueza, vanidad)? ¿Elegimos representantes que velan por nuestros intereses o más bien velan por los de ellos mismos y los de sus jefes? ¿Podemos deponerlos al incumplir sus compromisos y promesas? La respuesta es no. Los que detentan el poder son taxidermistas, enemigos de la verdad y, por tanto, de la vida y del libre y enriquecedor desarrollo de la sociedad civil. Los que detentan el poder dicen detentarlo para nuestro beneficio. De nuevo la mentira: lo detentan para el suyo. El amo que se finge servidor. La mentira milenaria…

Bien: si no hay poderes que se vigilen en pro de la verdad y si la elección de nuestros representantes ha sido usurpada por un mero refrendo de unas listas de candidatos serviles diseñada por su jefe, ¿qué tenemos? Pues, técnicamente, una oligarquía de partidos, de partidos de Estado, no de afiliados ni de electores. El Estado, encarnación del poder político, es al que deben fidelidad los partidos de Estado. Porque les da el pan y la sal, y porque es la encarnación del poder, único objeto de los partidos de Estado. Por eso los partidos se alían con la mentira y con las sombras. Por eso son maniqueos y cainitas: el enfrentamiento es una cortina de humo que desvanece su único deseo de poder (control, riqueza, vanidad). Por eso son reaccionarios: quieren disecar el presente, porque en el presente detentan el poder. Por eso muchos estáis asfixiados, desanimados, asqueados, porque quieren embalsamaros con piadosas palabras de taxidermista. Por eso sabéis que esto no es una democracia, sino una aristocracia de unos pocos, una oligarquía política, económica y cultural. Toda oligarquía desea mantener el poder (control, riqueza, vanidad). Mas la mayoría no somos oligarquía. No confundamos sus intereses con los nuestros. Perseveremos en la verdad y en la vida. Su hija es la libertad.

Carta I: El Occidente que guerreaba contra sus propios mendigos

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Estimado lector:
‘Cartas persas’ se publica en la revista del MCRC Diario de la República Constitucional, fundada por Antonio García-Trevijano, arquitecto de la teoría pura de la democracia. Inspirada en Montesquieu ―cuya separación de poderes Trevijano llamó «alma de la libertad»―, esta columna presenta a un sheij iraní que observa Occidente con ironía coránica y rigor constitucional. Sus cartas, herederas del espíritu crítico de ambos pensadores, desvelan las falsas democracias donde el poder se disfraza de ley. Al final se incluye un glosario de términos.

Cuando los cañones usurpan el lugar del pan

Estimado hermano en Isfahán, donde los cipreses aún susurran secretos de imperios caídos:

En mi primer paseo por Bruselas, bajo un cielo plomizo que parece llorar plomo fundido, descubrí a un hombre dormitando junto a la estatua ecuestre de un mariscal cuyo nombre el tiempo borró. Su cartel, escrito en un francés titubeante como moneda falsa, rezaba: «Prefiero morir de hambre que de bombas». Recordé entonces a Ibn Khaldun, aquel tunecino que desentrañó el ritmo cardiaco de los imperios: «Un reino perece cuando sus espadas engordan y sus hijos enflaquecen». Occidente, ese anciano vestido con harapos de seda y medallas de hojalata, parece empeñado en convertir la advertencia del maestro en epitafio.

La Unión Europea, otrora faro de la concordia, hoy arrastra sus cadenas cual muecina sumisa tras los tambores de Washington. Von der Leyen, vestal de este culto belicista, anuncia «billones para la defensa» mientras los ancianos se cobijan con periódicos en estaciones de tren. ¿No es esto el Estado de partidos que denunció vuestro Antonio García-Trevijano? Aquella farsa donde una oligarquía disfraza su poder tras votos sin libertad, y donde el poder constituyente —ese mito escrito por generales tras la Segunda Guerra Mundial— hoy reside en los cuarteles, no en los parlamentos.

La OTAN, vampiro con sede en Bruselas, chupa el presupuesto de hospitales y escuelas. Ucrania, sacrificada en el altar de la arrogancia, es el último eslabón de una cadena forjada con mentiras. Dicen defender la democracia, pero ¿qué democracia florece entre escombros? Montesquieu, aquel francés que Trevijano llamó «arquitecto del alma libre», advirtió que sin separación de poderes, la ley no es más que tinta sobre cadáveres. Y sin embargo, aquí un mismo puño firma cheques para misiles y recorta subsidios de calefacción.

En vuestros salones de mármol, los burócratas repiten como loros: «El 2% del PIB para la defensa». ¿Defensa de qué? ¿De los fantasmas que proyectan en sus pantallas? Jan Oberg, sabio nórdico, relata cómo Suecia teme ahora invasiones rusas imaginarias, como si Putin fuese un pirata del Báltico y no un burócrata de traje gris. Mientras, en Detroit, las madres eligen entre comprar insulina o pagar la luz. ¿No es esto la kakistocracia en su apogeo? Gobiernan los peores, y los llaman «líderes del mundo libre».

Wa la tuti’u amra l-musrifīn (Corán, 26:151) alladhīna yufsidūna fī l-arḍi wa lā yuṣliḥūn (Corán, 26:152).
«No obedezcáis a los derrochadores, aquellos que siembran corrupción en la tierra y no la reforman»—. Trevijano, desde su exilio de lucidez, clamó lo mismo: sin separación real de poderes, solo queda el teatro de sombras. Y Occidente, ebrio de su propio poder, es un borracho que cree bailar mientras cae al abismo.

En Isfahán, los niños aún aprenden que los imperios mueren cuando sus bibliotecas arden y sus espadas florecen. Vosotros, en cambio, habéis convertido las universidades en cuarteles. ¿Qué quedará cuando el último pan se convierta en pólvora?

Wa as-salamu alaikum.


Glosario:

  • Estado de partidos: Término de Antonio García-Trevijano para sistemas donde los partidos controlan el poder sin representación real.
  • Kakistocracia: Gobierno de los peores (del griego kakistos).
  • Poder constituyente: Concepto criticado por Trevijano como mito en democracias no representativas.

— El Sheij que escribe desde el vientre de la bestia.

Nota del autor:
Esta carta inaugura una serie que, como las de Montesquieu, desnuda las contradicciones del poder. El Sheij, testigo irónico, invita a reflexionar: ¿cuánto dura un imperio que olvida alimentar a su pueblo?

Entrevista a Javier Valenzuela

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Hoy, en el capítulo nº12 de «La huella», Vicente Carreño entrevista a Javier Valenzuela, joven miembro del MCRC desde 2015 que formó parte de su Junta Directiva y que reside actualmente en Berlín realizando un doctorado en Química teórica.

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